Moby Dick.
Pues no lo sé, señor Melville, pero ocurre. He leído antes que casi el 100% de los encuestados en una oficina dejarían de inmediato su puesto si se les ofreciera un viaje al Antártico en una gran navío de madera. Qué puedo decir. Yo lo haría. Cuando el corazón es un húmedo septiembre que mira al septiembre húmedo, cuando el sol empalidece y se diluye entre nubes porosas de neblina, la única forma de no perder la cabeza parece ser el movimiento hacia la incertidumbre. La Cólquide, la Atlántida, cualquier isla misteriosa, cualquier lugar, pero en camino.
Pero aquí sigo, mirando tras la ventana la tarde triste, las gotas resbalando por la ventana y el tiempo curvándose tras los sauces. La ciudad se encoge de frío y soledad y el mar es esta tarde un punto tan lejano que parece un espejismo, como una prueba de fe contra "el inasible fantasma de la vida". Las aves callan y los pensativos edificios son fríos y azules, contra el atardecer inmenso, la lluvia desatada y el corazón cautivo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario