La vi el otro día regresando a casa. Refulgía turbia tras jirones de oscuridad, misteriosa y extensa. Ya sé que no hay imágenes para definir el enigma: reflejo de soledad, espejo de agonías...y sin embargo la luz que, prestada del sol, titilaba en el río de camino al corazón de una inmensa negrura atraía como un hechizo antiguo.
Desde entonces, no mucho ha habido; más nubes, más acero y neón, cristal y cemento para achicar el horizonte. No sé si cambia todo que haya visto esa luna unos minutos, caminando deprisa, si entrever la noche con estrellas alivia de la falta de cielo, cubierto de nubes, de angustia, de paisajes de ciudad que alejan de uno mismo, acaso.
El rumor hoy es leve. Quizá sea mejor así. El tiempo transcurre lentamente, las aves se han escondido, el mar no existe y las luces en las ventanas son mortecinas como el hambre de los que tienen hijos. Luna, desde tu trono vacío, sigue haciendo de nuestra maldición una pregunta y de nuestra tristeza un éxtasis de esperanza derruida. Y después, que reine el silencio.
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