El otro día estuve viendo un documental trambólico, Creating Christ. La idea era más o menos que Jesucristo fue una creación del servicio secreto romano para sofocar a los judíos rebeldes y que el pueblo hiciera más caso al emperador. En fin. Risas mil.
Los renuentes a la aceptación de la complejidad suelen recurrir al psicologismo, la creencia en una voluntad directora que destierra matices. Es tentador, claro. Cuando uno se enfrenta a una voluntad malvada, eleva cualquier valle y aplana cualquier montaña de su paisaje moral o intelectual. Para que recurrir a una trama de múltiples factores combinados cuando se puede simplificar. Buena o mala, parece que deber haber un ánimo superior que lo explica todo en términos sencillos. En fin, todo se simplifica cuando se aplica sobre cualquier realidad la violencia.
Vivimos una era que se aburre en su confort inmenso y trata de encontrar cualquier solución a ese aburrimiento. Se crean contenidos (a menudo, una simple espiral opinativa o entretenedora que multiplica aún más la mediocridad) de forma constante y así se ofrece la realidad que el consumidor es más proclive a aceptar. La oferta es infinita. La mayor censura, la más eficaz, no ha sido callar a algunos o a muchos o a casi todos; la mejor censura ha sido ofrecer púlpitos y altavoz a todos. Sin mucha pose hay que constatarlo, claro. Como decían mis abuelos, a quien tiene cama y duerme en el suelo no hay que hacerle duelo. La sociedad del espectáculo degrada lo que conforta y ensalza lo que encadena porque debe ser su propio fin en sí misma, sin nada más allá, repitiéndose incesante.
El problema es que el aburrimiento suele desembocar en crueldad, una de las formas más baratas de excitación. Vean Calle Mayor y contemplen la miseria humana. Cierto, es una época de la historia española especialmente miserable. Pero aún así, refleja el peligro. Me temo que los contenidos de la aldea global no difieren mucho: tribalismo y espíritu gregario, una guerra constante. Y una afición rentable por la propia naturaleza binaria del público que solicitan: individuos de clase media acomodados, perpetúan el orden a la vez que lo degradan, con menos consecuencias personales para ellos que para otros. Con un revolucionario es posible una pugna con respeto. Con una víctima de la moda revolucionaria no puede ser. El desencanto se impone sobre la negación.
El viento ruge afuera y briznas de lluvia tratan de limpiarnos los ojos, antes de volver a la casa, a la cocina y a la cama, a seguir consumiendo la basura que necesitamos para avanzar, quizá, la cantidad de mentira que nos administramos antes de cerrar los ojos. Leo una cita de Kafka, supongo que auténtica, en cualquier caso incisiva y vibrante:
"No cedas; no bajes el tono, no trates de hacer lo lógico, no edites tu alma de acuerdo a la moda. Mejor, sigue sin piedad tus obsesiones más intensas"Que así nos sea.
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