Hace unos días vi una peli con una escena en la que un aspirante explicaba una propuesta mientras tres figuras serias sentadas frente a él tomaban notas. No sé por qué me dio por pensar en todo lo que llevamos todos, de exámenes, entrevistas, preguntas, aspiraciones, documentos, procesos, diarios, etcétera, con un sinfín de anotaciones breves, retazos de una parte mínima de lo que somos y, sin embargo, decisivas.
Me preguntaba entonces qué figura se haría de cada uno de nosotros si la única arquitectura presente de nuestra existencia fuera la contenida en esos archivos, notas, observaciones... Lo que queda de nosotros en aquellos comentarios concisos que tratan de representar lo que somos capaces de atrapar en minutos que pretenden encapsular toda una vida, que hay de vivo en la experiencia contenida y comprimida en dos frases. Hay algo en esa irrealidad que llama a la cautela; queremos ser más que un instante, claro. Sin embargo confieso que algo me atrae en esa idea de ser una captura mínima de la impresión de desconocidos. Acaso será que prefiero con mucho ver la historia y la vida como una ficción que ni significa demasiado ni importa. Ser fragmentos de nada, parte de un total también de bruma, la fractura de una realidad vaporosa, inasible, un olvido de un olvido, una brisa que me acoge en su seno y me lleva a otro lugar cuando la realidad me aplasta.
Quienes logran tener parte del mundo enlazado a su voluntad gustan de lo escrito en papel, madera, en piedra. Les gusta imaginar la solidez del mundo que rigen, disfrutan tratando una realidad robusta en la que su existir adquiere solidez y sustancia y su dominio se engrandece. Dejan su huella en el tiempo. Registros, códigos, anotaciones de hechos notorios. Cada uno lleva la penitencia en su propio pecado. Yo no puedo querer ser nada. Ellos no saben escapar de sí mismos.
Me queda la ilusión de dejar de ser un día y que por un instante muy breve todo lo que pueda quedar de mí sean pedazos incoherentes de formas diversas, sombras y susurros sin importancia. Hoy, la noche pasa y arrebata la luz, hundida bajo un cielo extraño. Me consuela pensar que no tengo más que lo que he perdido, que no soy más que lo que he olvidado. Todo está quieto. Nada permanece. Las gentes se embarullan en los bares, los estadios están vacíos y las grúas se camuflan entre las nubes negras. Nada de eso dura mucho. Es un lienzo apresurado, una visión ajena, un escudo roto. Mañana será igual, todos lo saben.
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