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martes, 25 de junio de 2024

Paddy. 25 de junio 24.

Patrick, Paddy, estuvo casado durante 67 años con su esposa. Debe frisar los noventa, imagino. Su pelo blanco encrespado, como de genio iconoclasta no es lo que más destaca de su figura, ni sus piernas frágiles pero aún animosas. Lo que más os llamaría la atención son sus ojos profundísimos, que la buscan, imagino. ¿En qué otro lugar se puede mirar más lejos que en los recuerdos? Como le costaba moverse un poco, ella era sus manos y la parte más fortalecida de sus piernas. Falleció hace dos meses. Eso despoja de ganas de vivir a cualquiera. Su cuerpo se ha rendido: tiene cáncer de sangre. Su familia creció unida y lo trata con con cuidadosísimo afecto. Planean la vuelta a la casa vacía, las facilidades a añadir, la forma de que pase el tiempo rodeado de cariño. 

En la habitación de hospital que hoy compartimos, lo miro, somnoliento, profundo, lento y cansado. Hay otras historias también bastante impresionantes en otras camas que aquí no contaré. Sólo puedo decir al modo de K en El proceso, "si están acusados son mis compañeros". Si sufren o lo han hecho, si perdieron algo que no puede regresar, son de los míos.  Es increíble lo fácil que perdemos la perspectiva a lo fantástico que es estar bien y lo ciegos que quedamos a los otros a pesar de compartir precariedades y quebrantos. ¡Cómo relucen los modestos gestos de afecto frente a la incertidumbre!

Yo, en silencio miro hacia allá, donde sus ojos llaman a otro tiempo y los gestos anhelan un reencuentro, en la convicción de que en su poderosa compañía no ha de sentir vergüenza. Veo como viene de la mano de una hija, de algún otro de los enfermos, y me pierdo en las cuestiones vivas de su anhelo impracticable, pensando que he conocido su historia en retazos durante unas horas del último día y ahora le quiero.



domingo, 16 de junio de 2024

La identidad. 16.06.2024.

Fui a ver ayer el partido de España. Quedé para ir a un bar donde se reunía mucha gente del país. La madre que me parió; me encontré en la verbena de un pueblo. Me fui antes de que pincharan la Fiesta Pagana, algo de Bisbal y flamenquito bohemio y suavecito. Me dio tiempo a escuchar a Ska-P. Esto es un desastre. Si suena Amparanoia o Chiquilla, me tiro por el balcón. En fin: cuesta entender que la mayoría se esfuerce tanto en demostrar que es lo que se supone que debe ser para el tópico. Es algo que se nota bastante siendo extranjero.

La identidad es un impulso muy poderoso porque somos seres ultrasociales a los que la soledad aterra por motivos primordiales, ancestrales y correctos. Pero, entendiendo todos los motivos de psicología evolutiva, tampoco me apetece que mi cerebro reptiliano me susurre que estoy frente al fuego del clan en una puta cueva en la tercera glaciación. No entiendo y me enerva la necesidad de cualquier grupo en un lugar ajeno al de su tribu natal de tener que reafirmar punto por punto cada estereotipo que se considera banalmente positivo. Huyo de todo eso como puedo, supongo que no totalmente, pero aún soy joven y cada vez me seduce más la misantropía radical. Odiar a todos por igual, empezando por mí, sin límite de nacionalidad ni condición.

En fin. Vivimos en tiempos fuertes para la gran idea asesina de la Identidad. Nos agrada la exageración y la simplificación para presentarnos uniformes en grupos a costa de empobrecernos como individuos. Es la sociedad del espectáculo, el sucedáneo y la imitación, donde la falta de autenticidad es el mayor logro porque muchos creen que en la falsificación y la impostura radica lo real, en declaraciones vacías, sentimentalismo tóxico y mentiras obvias que es más cómodo aceptar como si, por si acaso. Así que no, no todos vamos en el mismo barco. O a lo mejor sí, pero yo estoy hasta la polla de ir.

La noche cae sobre un mundo que se esfuerza porque todo sea cada vez más esencialista y colectivo. Cuando despertemos, veremos en que lugar alejado hemos conseguido llegar y que difícil será volver a un lugar común, en vez de propio. Supongo que queda mucho tiempo para ello, por desgracia. Y las nubes de la noche avanzan tenues, cargando de sombra el horizonte borroso. La brisa se ha detenido y un frescor de octubre desciende. Las luces de edificios sigue luciendo como si llegara desde una niebla confusa: aquella en la que nos agitamos.




domingo, 9 de junio de 2024

Un sueño soñado. Nueve de junio.2024.

Soñé que perros habían entrado en mi casa mientras dormía. Eran perros salvajes, de aquellos que no guardan en su mirada la alegría, de los de mirada alerta en la que laten amenazas. Han roto su lazo con lo humano y reclamaban su precio. Tenían su pelaje asilvestrado y se movían con lentitud de depredadores, mostrando los colmillos y el hocico mojado, con la cabeza hacia arriba como hacen los mastines antes de la pelea. Gruñían a formas invisibles mientras olisqueaban el aire tibio de las salas. Su espina dorsal arqueada presagiaba furia.

Destrozaron la puerta, rasgaron los sofás, tiraron las sillas y arrojaron jarrones. Ladraban a algún lugar más lejano, como buscando algo escondido. Miraban hacia las entrañas, como los lobos. Se miraban entre ellos para mantener el control, en manada, elevando su instinto sobre la habitación mía. Todo había quedado bajo su poder, despojado de influjo. Su acecho levantaba un silencio envenenado.

Estoy aquí yo, acaso más allá y a mí me buscan y ladran hacia un lugar ignoto, donde está mi verdadero ser. Sólo mi conciencia está en el medio del salón que ellos han devastado, pero es una conciencia rota, incompleta. Creo recordar que sé la razón por la que han venido, pero no sé conjurarla en palabras o en pensamiento. No sé que pasó ayer. No logro rememorar como era mi casa, este salón parece algo distinto. Yo veo sin ser visto, como si estuviera fuera del cuerpo. Una presencia tenue en el aire suave de la claridad que precede al alba. Una silueta levemente más sombría, sin forma definida. A esa figura que parezco yo la ignoran, soy casi invisible, perciben algo siniestro pero no saben lo que es, y olisquean el aire, pero no me encuentran. Intento gritar y no puedo. 

También yo puedo ver lo que ocurrirá. Algo me hará perceptible, para mi perdición y el júbilo de la jauría. Puede que me traicionen mis cosas y se rompan mientras intento aquietar mi respiración, o puede, sí, así ocurrirá, sin duda, que una puerta se abrirá desde la compacta pared hacia donde mi verdadero yo, que no conozco, yace sin saber nada. Ellos la encontrarán, aprestarán sus formidables músculos y en su mueca fiera se lanzarán sin dar ni pedir tregua y hundirán sus fauces sobre mí, con los ojos abiertos e inertes, despedazado, olvidado, ido.



domingo, 2 de junio de 2024

Naturaleza lejana. Dos de junio, dos mil veinticuatro.

Mira el cuadro


Hay algo en las pinturas de Edward Hopper muy paradójico: reflejan soledad y un cierto hastío, distancia emocional con la existencia. Resultan frías y parecen vestigios de otro tiempo lejano. Sin embargo, a la vez, uno las ve y a mí me dan ganas de vivir en algunas de ellas. No sé muy bien donde nace ese impulso: creo que se trata de una nostalgia de la plenitud, el cosquilleo agradable de ver un horizonte sin nubes.

Un barquito surca aguas poco profundas frente a una playa desierta. Parece que hay un faro y una casita adosada. La luz es tenue, pero agradable. Quizá haya una brisa húmeda y la casa no esté en el silencio que sugiere la composición. Uno de los dones más preciosos de un artista es saber hacer colaborar con quien recibe la obra en la compleción de su visión para enriquecerla. Parece fácil, pero no creo que lo sea. Saber comunicar, con los silencios y matices precisos es arduo, creo que más en esta época que no entiende nada y necesita doscientas horas de subrayados groseros para entender cualquier ficción...en el mejor de los casos. Pero bueno. 

A veces pienso, con la frivolidad del ímpetu, que me hubiera gustado ser farero y llenar la soledad consigo misma. La visión de un paraje terrestre hermoso y peligroso, la bendición del mar, el silencio y las ocasionales tormentas. La naturaleza lejana llama con voz que solo puede oír cada uno, marcando un camino sobre el destino individual. No sé. Es muy fácil decidir dejarse llevar. Es agradable pensarlo en un arrebato y luego ir al siguiente pensamiento, inconsistente y vacío, pero la idea de no ser nadie, aislado y misterioso me reclama más que la vida en la colmena, tasado, regulado, observado y vacío. Sé que yo también contribuyo a ello. Sé que si no lo hiciera, tampoco cambiaría.

El mar no está muy lejos y hace un minuto me he levantado a ver como corre el río, presto a entregarse. Sí, quisiera vivir en ese cuadro, en el barco, la casa, el faro o apareciendo detrás de alguna duna para morder el silencio y saborear su paz en un entorno libre. Los días pasan. Junio llega. La pintura del cielo se desvanece en el atardecer. La imaginación me despoja del ahora y me hace viajar precariamente en otros mundos contenidos en cuadros, novelas, música, recuerdos. El horizonte al cerrar los ojos es un territorio mejor, misterioso y extraño.