En la habitación de hospital que hoy compartimos, lo miro, somnoliento, profundo, lento y cansado. Hay otras historias también bastante impresionantes en otras camas que aquí no contaré. Sólo puedo decir al modo de K en El proceso, "si están acusados son mis compañeros". Si sufren o lo han hecho, si perdieron algo que no puede regresar, son de los míos. Es increíble lo fácil que perdemos la perspectiva a lo fantástico que es estar bien y lo ciegos que quedamos a los otros a pesar de compartir precariedades y quebrantos. ¡Cómo relucen los modestos gestos de afecto frente a la incertidumbre!
Yo, en silencio miro hacia allá, donde sus ojos llaman a otro tiempo y los gestos anhelan un reencuentro, en la convicción de que en su poderosa compañía no ha de sentir vergüenza. Veo como viene de la mano de una hija, de algún otro de los enfermos, y me pierdo en las cuestiones vivas de su anhelo impracticable, pensando que he conocido su historia en retazos durante unas horas del último día y ahora le quiero.
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