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domingo, 2 de junio de 2024

Naturaleza lejana. Dos de junio, dos mil veinticuatro.

Mira el cuadro


Hay algo en las pinturas de Edward Hopper muy paradójico: reflejan soledad y un cierto hastío, distancia emocional con la existencia. Resultan frías y parecen vestigios de otro tiempo lejano. Sin embargo, a la vez, uno las ve y a mí me dan ganas de vivir en algunas de ellas. No sé muy bien donde nace ese impulso: creo que se trata de una nostalgia de la plenitud, el cosquilleo agradable de ver un horizonte sin nubes.

Un barquito surca aguas poco profundas frente a una playa desierta. Parece que hay un faro y una casita adosada. La luz es tenue, pero agradable. Quizá haya una brisa húmeda y la casa no esté en el silencio que sugiere la composición. Uno de los dones más preciosos de un artista es saber hacer colaborar con quien recibe la obra en la compleción de su visión para enriquecerla. Parece fácil, pero no creo que lo sea. Saber comunicar, con los silencios y matices precisos es arduo, creo que más en esta época que no entiende nada y necesita doscientas horas de subrayados groseros para entender cualquier ficción...en el mejor de los casos. Pero bueno. 

A veces pienso, con la frivolidad del ímpetu, que me hubiera gustado ser farero y llenar la soledad consigo misma. La visión de un paraje terrestre hermoso y peligroso, la bendición del mar, el silencio y las ocasionales tormentas. La naturaleza lejana llama con voz que solo puede oír cada uno, marcando un camino sobre el destino individual. No sé. Es muy fácil decidir dejarse llevar. Es agradable pensarlo en un arrebato y luego ir al siguiente pensamiento, inconsistente y vacío, pero la idea de no ser nadie, aislado y misterioso me reclama más que la vida en la colmena, tasado, regulado, observado y vacío. Sé que yo también contribuyo a ello. Sé que si no lo hiciera, tampoco cambiaría.

El mar no está muy lejos y hace un minuto me he levantado a ver como corre el río, presto a entregarse. Sí, quisiera vivir en ese cuadro, en el barco, la casa, el faro o apareciendo detrás de alguna duna para morder el silencio y saborear su paz en un entorno libre. Los días pasan. Junio llega. La pintura del cielo se desvanece en el atardecer. La imaginación me despoja del ahora y me hace viajar precariamente en otros mundos contenidos en cuadros, novelas, música, recuerdos. El horizonte al cerrar los ojos es un territorio mejor, misterioso y extraño. 

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