El Ángel de la Historia mira hacia atrás, como queriendo rescatar sus víctimas, pero un viento irresistible, el del progreso, fuerza sus alas a un avance desolado y terrible.
Ese ángel de Walter Benjamin quizá oiga en su camino el mito de la sangre fecunda, aquel que reza que el sacrificio del presente conseguirá la felicidad de generaciones futuras. Ignorando que el sacrificio no es tal, sino el mandato de verter la sangre enemiga de raza, de clase, de religión. Y que el futuro feliz siempre se presenta cercano, apenas unos metros más en el lago de sangre,. Ese en el que para salir hay que avanzar pues la orilla inocente ya no se distingue, como el ángel no puede distinguir las caras sorprendidas y crispadas de los muertos, cuya expresión se pierde para siempre en paladas sordas y en un mensaje: a pesar de todo, la idea era buena, inocente, virginal. No. La idea de que el paraíso se esconde tras una leve depuración, tras un nuevo hombre o un nuevo escenario...esa idea lo arruina todo. Y es ella, malvada y astuta, quien escoge a los hombres, débiles y condenados, al odio y a la muerte.
Y es por eso que cuando la idea del reino de los cielos en la tierra irrumpe sobre las ilusiones de un grupo de chimpancés apenas evolucionados, hay un punto de no retorno más allá del cual, solo hay apetito por la destrucción.
Descansen en Paz. Todos. Y reflexionemos sin odio. Donde acampa el rencor y el deseo de muerte, ésta es fértil y pródiga.
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