Pero son esas fotos lejanas las que capturan tu sentido. Hay quien parece antipático, terco, libre. Dura un segundo. Después, esas miradas hacia ninguna parte se hunden en su inmovilidad. Sus ojos se elevan hacia otro tipo de costa y dejan de fijarse en ti, y quedan fijados para siempre, clasificados, ordenados, quietos.
Segundos después, cierras el documento y desaparecen para siempre. No los imagino vivos, sufriendo por banalidades o eufóricos, con miedo al ridículo en una fiesta nocturna ni con ganas de mear. No pertenecen al reino de los vivos. Son cápsulas de tiempo y espacio que se entrometen en el espacio vivo y confuso de la realidad. Alzo a veces los ojos y me sorprende tanto ruido y emoción, ignorando el mensaje que encierran. En unas pocas décadas, todos, los que nos gustamos, los que no nos hablamos, los que nos ignoramos todo, los que pasan al lado como sombras, todos estaremos muertos, y eso convierte un centro de trabajo moderno y sofisticado en una guardería en la que nuestros juegos de adultos son otra manera de distraernos de esa verdad tan simple y amarga que llevan esos ojos perdidos de los carnets. No encontrarse nunca, como en el túnel de Sábato, o vislumbrar un espejismo que se aleja y nunca volverá. Mientras la arena cae sin cesar.
Llegué a mi casa y miré, el mío. No sé quien era. Quién sabe si sé quién soy. Esos ojos de muerto tornaron el espacio quieto de mi cuarto y la cercanía de la nada en ellos se convirtió en el puro goce de estar vivo, nada más. Voy a tratar de vivir sin miedo ni rencor. Al menos, lo que me quede del día. Mañana paso cerca de un telematón cuando voy a comprar y solo pienso en fostiarle. Voy a encender los ojos. Voy a ver la Europa League mañana, Dundalk FC- Hadjuk Split. Voy a olvidarme de todo por hoy. No quiero que me entierren en un cementerio de mascotas.
En el condado de Louth, a 16 de julio.
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