Imagina que navegas rompiendo el hielo del silencio entre las tierras de niebla y espesura afilada. Cada gesto cansa. Los párpados caen. No hay pasado, todo ardió en una tierra lejana de la que ya no quedan noticias, algunos afirman que todo es una leyenda. Hay quienes dicen, no obstante, que todo lo que se necesita es un hachazo inconcebible sobre la mar helada que haga temblar su muro, que desate un nuevo día. Desde el fondo surgirá la luz, y el calor bañará las colinas a ambos lados de la mar que surcas a empellones en el navío contra las esquirlas del viento helado.También hay quien dice, desde desiertos que quizá el hielo ha consumido también, que en las miradas de los otros cabe toda la memoria de ese mundo y que bastaría una mirada cierta para recordar, para encontrar el camino a casa.
Los días son duros. Los bloques chocan contra el casco, y su monótono croar es el único sonido que rompe la blancura inmutable. Te haces mayor, las fuerzas pesan y se agotan. Antes de dejar tu bajel a la deriva, sueñas con un hacha, unos ojos, la flor que nace del pesar para anunciar otro mundo, la esperanza, una promesa, una hora. No quieres dejar tus días en alas de la bruma. Soportando la pena por una culpa que ignoras, la aceptas como quien acepta una carga que no le corresponde por orgullo, sonríes y sigues adelante.
Otra mañana espera.
Dundalk lanza sus olas contra el malecón de la rutina y el domingo esparce sus vaivenes.
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