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martes, 22 de agosto de 2017

Don Quijote y el Ángel Nuevo. Veintidós de Agosto.


No, no voy a hablar del reventao ese que anima a los yihadistas a darse de hostias con él uno por uno y a cara descubierta. Ni a dar soluciones que no tengo ni creo que sean posibles. Solo quiero pedir por las nuevas víctimas del recuento inagotable en Barcelona del angel de la historia que no puede hacer nada.  

Hay un cuadro de Klee (1920) que se titula Ángelus Novus. Se ve en él a un Ángel al parecer en el momento de alejarse de algo sobre lo cual clava su mirada. Tiene los ojos desencajado, la boca abierta y las alas tendidas. El ángel de la historia debe tener ese aspecto. Su cara está vuelta hacia el pasado. En lo que para nosotros aparece como una cadena de acontecimientos, él ve una catástrofe única, que acumula sin cesar ruina sobre ruina y se las arroja a sus pies. El ángel quisiera detenerse, despertar a los muertos y recomponer lo despedazado. Pero una tormenta desciende del Paraíso y se arremolina en sus alas y es tan fuerte que el ángel no puede plegarlas. Esta tempestad lo arrastra irresistiblemente hacia el futuro, al cual vuelve las espaldas mientras el cúmulo de ruinas sube ante él hacia el cielo. Tal tempestad es lo que llamamos progreso

Walter Benjamin

Como antídoto, solo se me ocurre la visión de la vida y la verdad como un poliedro de distintas caras en el que no todos vemos las mismas cosas. Tomando las palabras de Milan Kundera quizá se podría llamar a eso "la desprestigiada herencia de cervantes" o en otras palabras, la ambigüedad inevitable de la vida y nuestras experiencias.

Cuando Dios abandonaba lentamente el lugar desde donde había dirigido el universo y su orden de valores, separado el bien del mal y dado un sentido a cada cosa, don Quijote salió de su casa y ya no estuvo en condiciones de reconocer el mundo. Este, en ausencia del Juez supremo, apareció de pronto en una dudosa ambigüedad; la única Verdad divina se descompuso en cientos de verdades relativas que los hombres se repartieron. De este modo nació el mundo de la Edad Moderna y con él la novela, su imagen y modelo.

Comprender con Descartes el ego pensante como el fundamento de todo, estar de este modo solo frente al universo, es una actitud que Hegel, con razón, consideró heroica.

Comprender con Cervantes el mundo como ambigüedad, tener que afrontar, no una única verdad absoluta, sino un montón de verdades relativas que se contradicen (verdades incorporadas a los egos imaginarios llamados personajes), poseer como única certeza la sabiduría de lo incierto, exige una fuerza igualmente notable.

¿Qué quiere decir la gran novela de Cervantes? Hay una abundante literatura a este respecto. Algunos pretenden ver en esta novela la crítica racionalista del idealismo confuso de don Quijote. Otros ven la exaltación de este mismo idealismo. Ambas interpretaciones son erróneas porque quieren encontrar en el fondo de la novela no un interrogante, sino una posición moral.

El hombre desea un mundo en el cual sea posible distinguir con claridad el bien del mal porque en él existe el deseo, innato e indomable, de y juzgar antes que de comprender. En este deseo se han fundado religiones e ideologías. No pueden conciliarse con la novela sino traduciendo su lenguaje de relatividad y ambigüedad a un discurso apodíctico y dogmático. Exigen que alguien tenga la razón‑ o bien Ana Karenina es víctima de un déspota de cortos alcances o bien Karenin es víctima de una mujer inmoral; o bien K., inocente, es aplastado por un tribunal injusto, o bien tras el tribunal se oculta la justicia divina y K. es culpable.

En este "o bien-o bien" reside la incapacidad de soportar la relatividad esencial de las cosas humanas, la incapacidad de hacer frente a la ausencia de Juez supremo. Debido a esta incapacidad, la sabiduría de la novela (la sabiduría de la incertidumbre) es difícil de aceptar y comprender.


Milan Kundera

Claro que no vale todo; es imposible comprender los ángulos problemáticos sin aceptar la existencia de la línea. Hay valores que deben ser firmes y aceptados por la comunidad a través de la deliberación y la razón. Y los únicos culpables son los asesinos. Pero se me ocurre, y sé que no pasará y si pasara no valdría, que la aceptación de la incertidumbre, la ambigüedad e incluso el riesgo harían de nosotros personas más sanas, no para evitarlo todo, sino para evitar caer en lo que el terrorismo quiere: división, terror paralizante, reacción impulsiva e irracionalidad pública. El estigma de la duda y de su compañera la reflexión a manos de las exigencias de expansión del ser no nos traerá nada nuevo ni bueno. No creo que Cervantes, con sus espejos y juegos acerca de la verdadera realidad de las cosas quisiera dejarnos mensajes de vida. Pero la sabiduría y la experiencia pueden destilar de una vida de sufrimiento, cautiverio, deudas e ingratitud valiosas lecciones en manos de quien se atreve a pensar y con ello arroja fuera de sí su miedo a la libertad. Ese miedo a la libertad que pare tedio, alienación, terror y temblor. Esa incapacidad para ver matices en las situaciones y con ello alienta la ira que crece hasta ser el vendaval que  impide al ángel de la historia cuidar de sus víctimas.

Que la tierra les sea leve.

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