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jueves, 18 de enero de 2018

El odio amable. 18 de enero

Puede que vivamos la época más segura de la historia, los cálculos parecen confirmarlo. La impresión contigua parece ser que nunca  como ahora hubo una fascinación por ella, su glamurización, como la que ahora impera. No sé si su contemplación satisfecha "provoca" violencia. Parece claro que produce serios problemas individuales y sociales, como el embotamiento de la empatía y la extensión del miedo al otro, la ruptura de la confianza en el otro en que se basa cualquier pacto de convivencia.

La cultura popular lo muestra. Gente con problemas, que sufre maldades o la crueldad ajena. No puede confiar en la policía, incompetente; los políticos, corruptos;la prensa, vendida; sus cercanos, mezquinos. Una atmósfera social emponzoñada que salva el individuo...a hostias con todo y con todos. Hay otro subtexto imbricado, igual de nocivo, quizá más: por una causa justa, todo está permitido. La satisfacción de mi ego herido vale lo mismo que las decenas de figurantes con que me cruzo cada día. ¿Existe la gente? y si lo hace, ¿qué importa?

Afortunadamente la realidad impone su propio principio y el ansia destructora se modera con el daño que podemos sentir en la respuesta. Ser los figurantes de otros nos impide ser tiranos de nuestra tragicomedia.

Quizá exagere, ojalá. Quizá la almodia de lo presente, que desemboca inevitablemente en la frustración y el remedio provisto para acabar con su amargura no sean consecuencia necesaria del orden torcido en que nadamos. Me parece ocioso añadir que creo que esa fascinación siniestra por la fuerza bruta anida en un deseo de olvido de lo poco que somos.

No hay ninguna razón para escribir esto, sino una reflexión que he leído hace unos minutos y que me ha hecho pensar; versa sobre los infectados por el odio pero temerosos, los que susurran y extienden su germen silencioso hasta que estalla. Y entonces ellos, la decente mayoría, amable en su odio voraz, inconsciente, se apena y se pregunta como se pudo llegar a esto, inocentes y contritos, experimentando la banalidad más viscosa que el bien puede ofrecer: aquella que musita que es suficiente no actuar para ser irresponsable de lo que pasa.

Dundalk sabe de lo que hablo y aprieta los dientes, tratando de olvidar y que la ría arrastre sonrisas heladas que nunca olvidará

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