No sé por qué escribo así a veces. Por qué haces lirismo con el sinsentido, me digo. Existe el azar y una indiferencia formada de aleaciones variables de una sustancia que nos ignora. Durante un tiempo, átomos que forman células, células que hacen tejidos y nos forman, procesos bioquímicos a los que la conciencia se añadió como un cuerpo extraño. Existe el juego de las causas y las combinaciones, la fuerza y la mansedumbre, el caos, la nada. Y la conciencia de nosotros, esquiva y multiforme, se agita como islotes en el mar oscuro de esa nada helada.
Los periódicos cuentan que en el Reino Unido la soledad sabe matar: Puede ser tan dañina como la obesidad o como fumarse quince cigarrillos al día. El aislamiento social incrementa hasta un 26% las posibilidades de una muerte prematura , dispara los niveles de presión sanguínea y de enfermedades cardiovasculares y eleva el riesgo de adicciones, depresión y demencia.
No hemos aprendido del juego arriesgado y hermoso de la vida. No se trata de aprender del devenir imitándolo, sino de hacerlo mas nuestro creando puentes entre esas islas, porque compartimos la condición humana, la frustración ante el tiempo, la euforia desmedida ante cualquier baratija de la existencia, el temor ante la penumbra tras la puerta oscura.
En fin, sigo embolicándome. No sé que bálsamo tendría para nosotros la alegría de una iluminación. Pasan los años y los viejos siguen sentados en los bancos de los parques, con la mirada perdida hacia dentro de su mente, donde vive un pasado donde otras manos y otros labios sonreían o lloraban simplemente porque ellos también lo hacían.
La soledad, y tú tecleando y mirando la blancura infinita del techo. Dundalk esparce también su veneno entre los escalones y las chimeneas, aunque su mirada triste me dice sin palabras que preferiría no hacerlo.
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