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lunes, 5 de marzo de 2018

El opresor. 05/03.

“El opresor no sería tan fuerte si no tuviese cómplices entre los oprimidos” Simone de Beauvoir. He leído esa frase ayer y me he quedado pensando. Pensando que tiene cojones. Basta una referencia esotérica al opresor, al poder, a lo etéreo, para que la gente se ponga estupenda. Hay una similar de Malcolm X, una inanidad semejante acerca de oprimidos que aman a su opresor. Obviemos (y es mucho obviar) que Simone de Beauvoir elogió opresiones tangibles y concretas (la URSS, para que vamos a hacernos los misteriosos). ¿Quién es ese opresor oculto?, ¿Quienes sus cómplices? Ser oprimido es fácil, el emisor y su audiencia se colocan su corona de espinas previamente podadas y se aúpan en el pedestal que disfrazan de cruz para agitar con más vigor el látigo.

Y muchos, quizá no tantos, ojalá, se inclinan por el victimismo y no por su responsabilidad en lo que llevan a cabo y su esfuerzo por llegar a ser quienes son, deseando estar oprimidos por el miedo en lugar de ser libres. El anhelo de esclavitud de la época y el inmenso rencor acumulado que rezuma el mundo forman una opresión voluntaria, la servidumbre perfecta: la de aquellos que creen en el mundo perfecto que nunca existirán y detestando la complejidad de la vida, se refugian en el discurso pobre de quienes aspiran a encontrar a un culpable concreto por sus zozobras. Tú, lector, yo, todos lo buscamos, sin encontrarlo nunca. Y a la gestión de esa insatisfacción perpetua y al equilibrio de apetencias y pesares lo llamamos vida. O lo llamaban, antes de que se nos convenciera de que lo merecemos todo.

Dundalk ofrece sus nubes cálidas para que la tarde las pinte y el mar sigue esperando que el sol duerma en su seno.

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