No sigo el atletismo en esta época de esforzados runners, pero me ha dado pena la descalificación del corredor español en la final de 400 metros del campeonato del mundo. Debe ser una frustración enorme que el paciente esfuerzo de meses vaya al traste en unas décimas de segundo. Ignoro si la decisión es sensata o draconiana.
El deporte arrastra multitudes porque es un drama imprevisible que ejemplifica otras situaciones similares que todos vivimos, en un escenario de héroes, y está bien que así sea. Personalmente, creo que nunca me podré sustraer de su influjo, porque mi patria es mi infancia, y jugar distintos deportes era lo mejor que uno podía hacer con su tiempo. Pero eso no significa que estén tratando de convertirlo en otra cosa, un espectáculo tan reconfortante para masas ansiosas que ignora sus propios valores esenciales. A este paso, resultará en unos años tan ajeno a su espíritu original y distinto como pueda ser un concierto de un artista con humo y rayos láser de una tragedia de Sófocles. Es el signo de los tiempos, imagino. Y es un mal signo.
Cuando uno observa las airadas reacciones de una decisión en torno a una bandera (o a un escudo), sacrificando el único bien preciado que se nos ha concedido en esta tierra: ser individuos. Cuando uno escucha a un portugués trabajando para un club propiedad del Gobierno de Qatar hablar de que un mal arbitraje a un club de París es una ofensa a Francia. Cuando la belleza del juego se ensombrece porque los jugadores aprenden a no respetarla para hacer efigies más brillantes de ellos mismos...cuando todo eso sucede, el juego y su verdad deben esconderse en otros lugares. Lo demás es un discurso infantil a millones de personas que han renunciado a mirar las realidades que el deporte puede mostrar: que a veces otros son mejores que tú, que la injusticia existe, que la victoria al final no es para tanto, que importa más disfrutar el camino que desear llegar a la posada.
Ánimo a este chico, Husillos (ganarás muchas más carreras, seguro), y a tantos deportistas que quieren vencer y no pueden, porque solo hay un oro, y aún así persisten. Quizá hayan entendido mucho antes que los demás que quizá lo único importante es ganar y sin embargo al final siempre se pierde.
Dundalk se despereza y su viento alisa la nieve sucia en los arcenes.
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