Son tiempos brillantes y oscuros. Quizá la oscuridad brille y llame como una señal perversa hacia el abismo, una llamada entre voces ansiosas. Es un mundo compulsivo, vibrante y amargo.
Yo tenía un profesor que solía parar la clase cuando los niños que éramos nos mostrábamos impulsivos, desaforados, ignorantes del espacio que el respeto a lo ajeno exige. Escribía la palabra CONTENCIÓN en el encerado y nos hablaba suavemente acerca de la vida. Hoy entiendo que su labor educativa era alta porque no era la vida tal y como es, sino la aspiración a vivir mejor, más hondo. Hoy el exceso llama a cada puerta y se cobra rehenes. No creo que nadie esté libre. Y así andamos, cojos, tratando de ganar carreras cuyas metas se retrasan para que no lleguemos nunca. Ser estoico nunca fue fácil, pero los antiguos tenían una ventaja: no nos conocieron para envidiarnos. El hombre hoy se asemeja a un bebé hiperestimulado con los ojos abiertos de par en par y el bostezo siempre presto, al tiempo. La ira, el desorden vital, el ansia de esclavitud y seguridad ante la incertidumbre, la ausencia del espíritu,el pavor a la finitud, la soledad sin fin, todo parece un cóctel preparado para agitarnos en un baile que parece embriagador y del que descubrimos al fin que consiste en nuestro temblor sin fondo.
Hoy es San José y su figura queda algo ensombrecida por el desprestigio cultural del padre, la autoridad y el gesto adusto. Pasado de moda, trata de reinventarse entre una fuente de perpetua juventud y el perdón por el pasado que trae una condena de lo que representa.
Dundalk lee esto que parece escrito sin un hilo ni senda. Yo no le digo nada, mientras me pregunto si esos fragmentos rotos del espejo interior dejaran de quemar algún día.
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