Parece que en los gestos arduos fuéramos capaces de desafiar a la vida.Todos vivimos en el mismo teatro y somos consumidores del mismo drama, vemos al héroe, sufrimos con él, nos congraciamos con los otros en su triunfo. En fin, debe haber una razón de cohesión grupal y social alrededor de ese impulso, un deseo de emulación y de creencia en la pervivencia del grupo a través del esfuerzo del individuo, algo que nos desborda pero que de alguna manera fuera posible encauzar a través del sacrificio. Es una idea necesaria, supongo. Lástima que sea falsa.
Los soñadores son los que actúan como si alguien pudiera ver sus privaciones, sus logros, sus dudas. Pasamos por la vida deseando que algún día la providencia pase factura y nos devuelva lo que fuimos dando sin pedir nada entonces. Confiamos en que la virtud de un acto lo torne mágico, anulando el precio que precisamente convierte el acto en virtuoso. Pero la vida cobra al contado y de nada sirve lamentarse o maldecirla. La ley es la fuerza, las lagrimas son sal que se perderá en los charcos sucios de ciudades sin nombre.
Hay religión, hay un superyó que dicen trata de encauzarnos, porque el estado de guerra perpetua no conviene a nadie. Pero me conjuro a mi mismo para dejar de ser actor de escenarios de bruma, y apretar los dientes y seguir peleando. Lo demás poco importa, es una mezcla de temor y vacío. La vida es indiferente, y recrearnos en nuestro sufrimiento aspirando a la piedad catártica de los espectadores no conduce a nada. Es mejor bajar a la arena y reivindicar el destino sobre la gloria o el fracaso grandioso. Nadie nos mira, y si hubiera un sol que nos lanzara sus rayos de forma amorosa para nuestro deleite, todo hubiera sido distinto.
Dundalk aparece esta noche como un conjunto de rincones fríos y azotados por el viento lluvioso que no significan nada.
No hay comentarios:
Publicar un comentario