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martes, 4 de septiembre de 2018

Horas de luz. Cuatro de septiembre

Va acortándose la luz, como si la hebra del tiempo se deshilachara entre rutinas, sonidos ya oídos y vibraciones que no acaban de rememorar la emoción que una vez hubo. En la ría que refleja los caminos de la luz mientras viaja hacia otro lugar al que quizá nunca lleguemos, las aves azacanean buscando cobijo y sustento con la ligereza de quien se ha liberado de la ilusión del tiempo. Anhelo una vida simple, pero me falta valentía para despojarme de lo que me costó tiempo y esfuerzo ganar. Y a dónde podría ir, además. Dundalk no es un mal lugar, dados los tiempos que corren. Uno se va haciendo a los lugares en los que deja como jirones recuerdos e ilusiones, aún cuando vengan a la mente de forma maquinal y sin relación con ellas. Aquí pensé que habría un lugar en el futuro para mí, aquí pensé que el mundo se caería inmediatamente sobre mí. Aquí construí mi fuerte de costumbre y distancia que oponer al devenir. Y en los días de verano disfruto la sensación de que con el los días de sol despierta la vida. Aunque los huesos se quejen igual de los caminos de la vida, hay algo en mí más fuerte que logra acallarlos jovialmente. Pero sé que llegará el invierno, y espero que esa misma alegría me permita entrever la luz que cuando en mí se pone el sol aún queda.

El agua sigue corriendo hacia la mar mientras la noche se abalanza sobre los restos de luz rosada y Dundalk recoge sus aperos. A veces es suficiente conocer el final del día y conocerlo en paz. Será que voy envejeciendo. Cuando las nubes se abren y dejan ver las estrellas, imagino ascender un día, espero que dentro de muchos años, hacia un cielo nocturno plagado de blancura maternal, de leche cálida, que apague la voracidad sardónica de la negrura. Y, por tonto que parezca, creo también poder oír tintinear su rumor incitante tras el que un día correremos, y junto con ese rumor, el zumbido ansioso de un eco levemente distorsionado, el de la oscuridad y el misterio.Que habrá ahí, no lo sé. Pero creo que en ese día, sentiré un impulso irresistible hacia ese cielo engastado en tesoros, recubierto de diamantes, ricos para siempre en la oscuridad triunfante que los recubre y que disimula sinuosa tras ellos para conquistar mis banderas ya hechas jirones, rico para siempre, mas para siempre condenado.

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