Cuando estudiaba en la Universidad (no, no hice tesis) recuerdo haber realizado un trabajo sobre conflictos internacionales en base a un artículo que me enfureció cuando lo leí. Su autor defendía que las guerras deben dejarse terminar sin ninguna intervención externa. De otro modo, su mortandad será mayor y acabaran en un precario equilibrio de poder que será el germen de una futura, no muy lejana en el tiempo.
Recuerdo haber escrito lo que yo creía que era una refutación, fruto del ardor de la razón incuestionable que me asistía. "Se va a enterar", pensaba, "voy a ser la punta de la lanza que destruya esta idea perversa". Estaba influido por las brigadas internacionales, los aventureros extranjeros, los justicieros en países equivocados. Y además, me creía alguien, alguien en lo cierto. En fin, no puedo negarlo, era otro, más apasionado, más impulsivo, generalmente más equivocado. Claro que es como veo al que fui hoy, habría que preguntarle a él que piensa de quien me he convertido. Pero ese sería otro tema.
Lo cierto es que hoy coincido con la tesis en su punto básico; en una guerra, no hay que colaborar con ninguno de los ejércitos que se enfrentan ni hay que apoyar más bando que el de la paz y el de sus víctimas. Para el ciudadano hoy, cada asunto parece resolverse con algunas piezas periodísticas y unos libros, pero vivimos en un mundo lleno de historia detrás, donde nuestras opiniones básicas y tendentes a la transformación binaria hacen más daño que ayudan. Muchos de las conflictos que parecen irresolubles hoy a fuer de su longevidad han sido y son alimentados por prejuicios y ansias de protagonismo de terceros, atizando un fuego al que sin duda el deseo de un mejor futuro para los directamente involucrados permitiría atenuar. En un mundo tan interrelacionado, parece que la mejor opción sería la presión diplomática y comercial contra dictadores, belicistas o incumplidores de sus tratados. No me permito ser muy optimista en el corto plazo. La profesión de salvador está muy solicitada, lo único que parece cambiar es el bando elegido.
Y sí, he escrito esto a raíz de los láseres que no se equivocan matando a quien no deben. Me pregunto por qué los países siguen alimentando complejos militares industriales mas allá de un mínimo que garantice la defensa de su soberanía (bueno, claro que lo se, como lo sabemos todos, porque todos parecen apoyar de un modo u otro dicho complejo, "cabalgando contradicciones", que suena más poético). Y es esa ayuda, por beneficio o idealismo, desde lugares que no sufrirán las consecuencias, las que enquistan conflictos, aumentan la mortalidad e impiden la paz, en un mundo donde demasiadas potencias territoriales aspiran a aumentar su influencia en nombre de grandes palabras y numerosos billetes.
Se dijo que la hipocresía es el homenaje que el vicio rinde a la virtud; para las generaciones privilegiadas del periodo de paz en Occidente, la justicia vale sangre, porque la humanidad, como los filetes, es más apetecible si está un poco ensangrentada. Sabiendo que hay señores de la guerra aprovechando esta hipocresía, lo menos que deberíamos esperar es que los defensores del idealismo sepan que realimentan la realpolitik y que los defensores de la realpolitik sepan que sus razones son aún más falsas que las de los que desean que una ola de justicia barra el mal ante nuestros ojos. Ese es el drama: dos afirmaciones completamente opuestas pueden ser ambas mentiras.
Vaya, igual me he acabado apasionado un poco, pese a todo. Le digo a Dundalk que he decidido examinar mis ideas cada poco tiempo en base a los datos que obtenga y juntos empezamos el día sintiendo la brisa de un territorio insignificante, pero libre y justo, por la mañana.
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