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lunes, 17 de septiembre de 2018

Cultivar un jardín. Diecisiete de septiembre.

Cultivar un jardín, como quería Voltaire. Estoy viendo el documental de Louis Theroux acerca del tráfico de mujeres. Como es habitual, es afilado y directo, y también permite ver el mal que se esconde detrás de las máscaras. A veces es aterrador ver esos fantasmas agitándose tan cerca de la vida que intentamos construir, lejos, lejos de ellos.En cierta forma, el peor mal, el más perturbador, es ver a la víctima amar a sus verdugos, o quizá es la resignación porque la vida es corta, el cuerpo es frágil y el espíritu se marchita si otros no lo riegan con su compañía.

Vivimos en un mundo mejor del que pensamos, dice el estupendo libro "Factfulness", lleno de datos y estadísticas que hacen que un rayo vibre incluso en esta oscuridad de esclavitud y miedo somatizado en voces ásperas y miradas esquivas.

Pero está el anhelo, y el impulso hacia lo mejor, y la belleza. Esto es desolador. Sin embargo, de alguna manera, ha hecho mejor mi día,le ha dado profundidad de campo y resplandor. Creo que esa tensión entre la belleza desolada y la tristeza que la ha conocido y perdido crea en nosotros un anhelo de más, si no de eternidad de permanencia.

He salido a pasear cuando había anochecido, pensando en ello, las sombras y la luz que rechazamos tantas veces. El miedo y el sufrimiento son un océano que grita alrededor. Quizá solo quede cultivar un jardín, como un santuario. A la sombra de una higuera, ver pasar las nubes y surcar de sudor los días en busca de un fruto improbable mas pleno. Como el vagabundo que ha conocido la postración, como el caballero que ha conocido la nobleza humana, resuelvo seguir adelante, cayendo y levantándome, sin mirar atrás, buscando la belleza y la bondad.



Y Dundalk rumorea olas de plata azul mientras silba en la noche y oculta las caras de los apasionados que buscan aún en ella un resplandor cansado.


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