Porque nunca fue tan hermosa la basura, hay un conocimiento superficial de lo que no nos atañe directamente que pone en peligro lo que concierne a otros. En un mundo donde las escalas del saber se extienden, el aspirante a sabio debe ampliarlas a base de laminar su competencia. Sería un juego de vanidades más de este mundo vertiginoso y un poco simplón en el que nos movemos si no fuera por un detalle incómodo: las opiniones no acarrean ninguna consecuencia si son nocivas para otros.
Creo que no es un detalle baladí; si hablar de todo está al alcance de un clic, si no nos obliga a poner carne en el asador, si nos puede otorgar aura de santos laicos, ¿dónde está el problema? Me temo que el problema es que sabemos menos creyendo saber más y convertimos todo en un asunto narcisista y emocional que nace de nuestro malestar ubicuo y lo apuntala después de tratar de salvarnos a nosotros de esa marejada impasible. Hay un conocimiento de segunda mano; como la falsa moneda, circula rápidamente porque cumple lo que promete: salva de la angustia y el frío. Nos confirma en lo que creemos ser, como si el cambio aparejara lo que no puede ser comprendido.
Un viaje de cuatro días, una serie o un documental, un libro, pueden ser el inicio de un viaje arduo. Pueden plantear dilemas que lleva tiempo desentrañar, a menos que los nudos gordianos solo sean incómodos inconvenientes en el camino de los aspirantes a amos del mundo. Lamentablemente, parece que en el día que vivimos, sirven para crear una opinión fugaz y fácil que oponer una vez se identifica la tribu que debe plantearla. Quedarse en la anécdota, el título, la postal, el giro dramático, el umbral de la tempestad que esa puerta nos ofrece, sugestiva, pero hay que saber jugar el juego. Hay que saber lo que no sabemos y hay que hacer un esfuerzo por comprender que hay mucho que no sabemos, quizá nunca sepamos, que no sabremos. Que el umbral no es la sala, el papel no es la herida y el mapa no es el territorio.
Dos grúas blancas se alzan contra la oscuridad, mientras la vida bulle contra las luces. Puede que desde algún lugar, el viejo Brueghel siga burlándose de las masas que han renunciado a aprender porque tienen miedo de ignorar y hay ciegos que les han prometido una vida sin dudas. El viento canta en la espadaña del pueblo de mis abuelos y hoy oigo su rumor desde mi ventana cansada.
Al leerte deduje que, creo que vivimos ¿inmóviles o impotentes?, cada vez más, sumergidos en una realidad cuántica donde paralelamente afrontamos dos mundos; el que desearíamos que fuera y el que es.
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