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lunes, 24 de agosto de 2020

Para que estés aquí. 24 de agosto.


Para que tu ser pese sobre el suelo también fue necesario un ancho espacio y un largo tiempo. Se necesitó un alba ausente cayendo sobre las almenas esbeltas en Silesia y un sol de invierno que iluminó tenue el camino de dos que se buscaban. Se necesitó un cuchillo alevoso sobre el costado de alguien olvidado hace mucho y el beso desesperado de los amantes antes de la despedida que nunca más se volvió a repetir. Fue precisa la sal y el aroma de Samarcanda que empujaron a un niño a emprender un viaje a tierras lejanas, el fragor de los ejércitos del este y la compasión de una mirada en el sur. También llevaron a tu carne la danza inefable de los astros silentes, la suerte oscura de quien no mira atrás o la niebla del Tártaro en los sueños de un desertor que acabó siendo un superviviente sombrío. A través de las generaciones la línea de tu vida pendió de venganzas, pactos, acecho y fuerza. Nada te fue negado, ni el héroe que engendró tu estirpe antes de caer con gloria ni el traidor que prosperó en la desdicha de otros y fue odiado donde fue conocido y huyó hasta más allá del rumor que lo perseguía .

Para que tus ojos miren la vida antes de que la tierra los ciegue, se hizo necesario caer en la tribulación y alzarse de la penumbra. Tus genes llevan en ti esa memoria difusa del triunfo y fracaso entrelazados que, como la vida, contemplan nuestro escenario. Se requirió el rugido del león y el ataque del lobo, la inquietud de la presa y la noche afilada en los ojos del cazador. Provienes de la noche estrellada y del bosque susurrante. De la lectura y el baile, del templo y la taberna. Hubo alguien que deseó ser parte y se retiró de tu origen, o fue tu origen y se ocultó, taimado; nunca lo sabrás. Hubo ardor, violencia, fuego, sexo, praderas, nubes, batallas, ciudades, trenes, banderas, odio, añoranza, excusas, pesares, mar, alegría y olvido. Como hoy, hubo lluvia en escarpados pasajes marinos y horas de calma en islas sin nombre que ya se han perdido.

Para que te llames y una voz te nombre fue precisa la alquimia de las horas y la abrumadora fuerza de la fortuna. Girando, nos llevó a esta tierra, eliminó rivales y ascendió promesas. Con su sonrisa inocente y cruel, marcó el favor de los que te precedieron como ahora hace contigo, hasta que el capricho la seduzca para tu perdición y el rechinar de dientes. Para que tus pies fatiguen la llanura y tu espíritu se agote con la espuma de los días en ciudades tristes, todo fue necesario. Alejandro y la mosca sobrevolando la llanura de Zama, el profeta y el barro. Para que nos crucemos sobre un mismo tiempo, fueron necesarios muchos otros y ciertos lugares que ya no existen. La caoba y el bronce, la pasión y el hielo. Y ahora comprendes que retornar a esas tierras no deja nada en ti, pues todas son tú y en tus brazos llevas la nueva aurora que te permita moldear el breve tiempo que te ha sido concedido. Hay una ciudad sin nombre que nunca conocerás, pues yace bajo el desierto: en ella, un eco vacío que precede al tiempo, silba tu destino en vocablos que nunca oirás. Hizo falta el conjuro primordial de sus sabios para que estés leyendo estas torpes líneas. 

Para que tus manos se encuentren con otras en un instante infinito, hizo falta lo que puede ser nombrado y lo que nunca se supo decir. Y ahora caminas por la vereda, exangüe, divertido y presto, mirando a la luna con los ojos de entonces, apretando el paso. Para que mañana el alba se desplome sobre las almenas esbeltas. Para que tus ojos miren en otros ojos todos los secretos y al fin comprendas la noche de la inocencia primera que abolirá el tiempo y su servidumbre de su dirección inapelable.

Fue necesario el misterio, la luz al otro lado de algún umbral tentador, como el que alguien tiempo atrás atravesó, para su agonía y su elevación, o para perderse y con ella su linaje.  Se requirió el brebaje del azar, como un amargo triunfo. Las causas y la música de las permutaciones, el oleaje y la paciencia de las cordilleras. 

Pero hoy todo ello esta fijado en piedra y le das la espalda, pues las promesas extienden el hilo que te traspasa desde entonces hacia el futuro del que no sabes, pero que te llama.


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