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martes, 29 de junio de 2021
Solsbury Hill. Un juego. 29 de junio.
miércoles, 23 de junio de 2021
El desprecio. 06/23/21.
Uno de los dones perdidos que refulge en mi memoria con el brillo especial de lo que ya no volverá es el tiempo de la lectura nocturna, despejado todo temor y pesar en un santuario delicado e irrompible. Supongo que el niño es el padre del hombre; he dado en preguntarme si lo que uno desarrolla y absorbe durante esas horas perdidas para el mundo son las que moldean lo que se puede ver. Pudiera ser.
Recuerdo una cierta visión romántica del desastre, la visión de que al fin de todo, todo es nada. No he cambiado tanto, pero puede que hubiera una forma de cultivar el vitalismo sobre una raíz de existencia precaria y cuestionada. Hay edades donde uno quiere dejar clara su postura al mundo, antes de percatarse de que el mundo no escucha. En cualquier caso, siempre es tentador pensar cómo la vida hubiera sido perfecta, un engaño recurrente: hay mucho de lo que doy por hecho que echaría mucho en falta si no lo hubiese tenido, logrado, cedido por el azar. Agradezco haber investigado los crímenes en una abadía medieval, haber emigrado y apurado las uvas de la ira, sido un lobo estepario en soledad, viajado a un turbio corazón de tinieblas o perseguido las fuentes de la obsesión humana mientras una ballena blanca (en realidad, un cachalote) acechaba en el abismo.
Guardo una devoción especial por Albert Camus. Especialmente, recuerdo haber pensado, posiblemente demasiado y mal, acerca de su Calígula. Morimos y no somos felices, bastaría que lo imposible existiera para albergar una esperanza. Me ha acompañado siempre otra reflexión: Todos necesitamos un lugar donde refugiarnos cuando todo nos es hostil y hasta la luz hiere. Calígula escoge el desprecio, no el arrogante de quien cree ser mejor que el otro, sino el que envuelve al mundo en un velo traslúcido de de indiferencia. Creo que a veces he elegido seguir ese camino amargo para evitar el dolor. El problema es que la tierra quemada elimina la grama, pero también el brote. No sé si todo eso me ha hecho más seco, pero tampoco sé si ya era así, si así es mejor, si hay alguna paz que tenga la profundidad de un lago donde caer y descansar. ¿Nada importa? No sé. Pero entre la exaltación y el vacío, debe haber un sendero angosto y grato, el de la esperanza.
Quizá esa sea la idea, perseguir la esperanza. Hoy está diluida en un ambiguo optimismo que parece funcionar como un conjuro que premia la propia voluntad y revela el castigo de quien no es suficientemente positivo con malas noticias y un camino más arduo. En cualquier caso, espero que la vida no me permita caer en esas bajezas, por difícil que sea. Nadie ha tenido un camino fácil, pero yo no puedo lamentar demasiado el mío. Quizá hubiera tenido menos tendencia a la soledad de otra forma. Quizá hubiera sido peor así.
Hoy hay una protesta de los pescadores a lo largo del puerto y el río. Sin saber detalles, simpatizo con ellos, su pelea diaria, la dificultad que unos viven y otros fingen, su silencio y su fruto que grita. Se van despidiendo camino al mar, sus sirenas resuenan como acordes sobrecogedores de una catedral desnuda. Las nubes derraman una lluvia fina y los cristales derriten la luz de un sol blanquecino y distante, arpa melodiosa del atardecer. Puede que sea como otros días, lo habitual aquí, pero la tarea es tratar de exprimir de cada día un sabor distinto, aunque sea breve o modesto. El desprecio de nuestras miserias y la nada a la que vamos puede quizá compensarse con una mirada alegre a esa vida frágil que demanda alegría por esa misma condición. Quizá. Las voces viajan en el viento, llevando en él su rumor tan vivo.
jueves, 17 de junio de 2021
En unos pocos años. 17.06
En unos pocos años, todos seremos sombra
Saciada sin colmarse está sed de absoluto
La luz despertará otras vasijas frágiles
Hechas del mismo barro, rastrojos de difuntos.
El festival de color del parque en primavera
Alumbrará hojas tiernas en el altar del tiempo
Y una luz ocre y mansa temblará hechizada
Cuando el instante muera a manos del recuerdo.
Más no es a nosotros a quienes hace el día;
Es a las aves que llenan el momento de cielo
Es al agua que canta sin acabarse nunca
Es al árbol que hace de la memoria sueño.
Tú sabes que el camino siempre estuvo cercado
De maleza y espino, pero amapolas frescas
Elevaron el ánimo y en los ojos gastados
Crearon un refugio de eternidad y promesa.
En unos pocos años puede que todo en vano
Continúe la rueda de la existencia ciega...
Más, ¡mira! Solo hoy la mar acaricia suave
Al sol sobre la blancura de sus olas esbeltas.
Así fue, es, así sea. Porque el agua no sabe y las aves no entienden
Porque el árbol no sufre y nuestras almas dudan
Bajo el cielo estrellado, gemas de luz y asombro
Siluetas en la noche vamos, contra su paz desnuda.
Y que el sol mañana al despertar al mundo
Sepa encontrar la espuma del rumor que fuimos
Y teja el rosal paciente aquel retoño nuevo
Que renueve al alba este oscuro prodigio,
lunes, 14 de junio de 2021
Que difícil es arbitrar. Catorce de junio, 2021.
Fallar las que falla Morata a veces parece difícil, pero lo que es difícil de verdad es arbitrar, rodeado de atletas de gimnasio que se desmayan, gritan, se agitan, revolotean en torno, se increpan, se desgastan, se cabecean cual muflones, se llaman, se ríen, se encabronan, se burlan y de todo le echan las culpas al trencilla.
Yo debía tener unos once años. Fui a un campamento de verano cerca de Béjar, en un albergue que se llamaba Llano Alto. Lo pase muy bien, hicimos hogueras, rápel, tirolina, excursiones y jugamos bastante al bádminton y al fútbol. Jugando al bádminton salve un punto muy bueno, mi compañera vino a felicitarme y medio me enamoré. También hacíamos mucho ping pong (dos de mis compañeros de habitación eran catalanes y eran unos maquinas, desde entonces pienso que en Cataluña todo el mundo juega muchísimo tenis de mesa en los colegios). Y después jugábamos al fútbol. Mucho. Me lo pasé bastante bien. No jugaba mal, así que me eligieron de los primeros en un equipo y jugamos bien, recuerdo que recortaba mucho y después marqué algunos goles y ya después se inició mi decadencia, imparable hasta hoy. Bueno, a lo que vamos. Después de ganar nuestro partido, el equipo de mis amigos y compañeros de habitación necesitaba un árbitro para su partido y me lo pidieron. Sin meditarlo mucho, me lo pensé, pero claro, a los dos segundos era como una designación de Ceferin en un Juventus-PSG, la sospecha se había extendido.
Yo solo quería demostrar que era honrado. Supongo que lo hice, tras demostrar más fehacientemente que era incapaz de captar nada. Por lo visto, el primer gol que le metieron a mis amigos había entrado por un lado de la portería, cuyas redes estaban rotas, pero yo lo di. Aún faltaba lo mejor. Atacando para empatar, dos jugadores, ¡dos! hicieron mano dentro de su área. Juro que no lo vi. Lo que si vi fue a una masa de gente, caras amistosas normalmente, repetirme mano mano mano no lo has visto ha sido clarísimo es mano, venga hombre mano estás comprao mano pítala ha sido mano como puedes no haberlo visto es mano eres malísimo mano mano mano mano...
La presión de ese tsunami de gestos y palabras casi me hace fingir una agresión, como un árbitro le hizo a un portero en un partido en Santander (que grande) años después. En lugar de eso, hice lo que cualquier honrado cumplidor del orden que se ve acusado de corrupción: disparé a todo lo que se movía. Tengo el recuerdo de haber sacado once amarillas y seis rojas. Mis brazos se movían hacia arriba y disparaban tarjetas, aferrándome a ellas como a una cruz de plata rodeado de vampiros que ansiaban mi sangre. Luego supe que había expulsado a tres, no está mal. Afortunadamente la sangre no llegó al río, el partido casi se acabó después y mientras íbamos a las habitaciones mis amigos me reprendían pero de mejor modo, supongo que los monitores me protegieron de ser linchado en el momento y después ya estábamos pensando en el siguiente momento de felicidad. El privilegio de la infancia es priorizar la alegría sobre el orgullo.
La noche ha caído. El río va manso, silencioso e invisible sobre un mundo que comienza a despertar. La Eurocopa nos muestra lo hermoso que es el fútbol de selecciones y aunque hemos pinchado, llegarán buenos momentos, quizá el mejor ha sido la resurrección de Eriksen en la tierra de Carl Dreyer. Criticamos mucho a los jugadores y a la selección últimamente y me parece justo. Cobran mucho y el peso de la púrpura es una cadena a veces. Además, no es para tanto. Aquí lo difícil, creedme, es arbitrar. Que difícil es arbitrar, por Dios.
martes, 8 de junio de 2021
In vino veritas. Ocho de junio.
Hay escenarios que de tan comunes, se vuelven invisibles. El paso lento de los días, la lluvia en los bosques, la alegría amistosa, el fastidio de los inagotables, las nubes, el enigma de la belleza. El alcohol en la vida de Occidente, la causa y la solución de todos nuestros problemas, que diría Homer Simpson. Parece casi imposible encontrar lugares o ritos sin su presencia, para celebrar o ahogar penas, para socializar, olvidar, desinhibirse, atreverse, cantar o por el simple hecho de beber. La exaltación de la vida siempre parece ir de alguna forma de la mano del olvido. Supongo que tiene sentido.
Hace tiempo leí que el cáñamo podía ser una de las varias causas que motivó las migraciones de nuestros ancestros, arriesgando sus lugares por otros inciertos. Con el cáñamo uno puede tejer ropas, cuerdas, alimentarse de sus semillas...y colocarse. No hay nada de novedoso en ello, ese es precisamente el interés. Parece que la condición humana necesita ritos en los que poder ser otros, danzas en torno a la captación del momento fugaz, un dejarse ir en esa corriente de trabajos y pesares que es la vida, ay, muchas veces.
No todo es filosofía apresurada y basta que a uno se le ocurre. Uno puede entender también a Wilde cuando afirma que el trabajo es una maldición de las clases bebedoras, condenadas a ser oscurecidas en puestos que no motivan ni elevan, a masas frustradas que necesitan escape para su rencor, a los relegados para pactar una tregua con sus demonios: pizcas de envilecimiento controlado para seguir sosteniendo edificios en riesgo de derrumbe, las almas moribundas. Cuesta entender que una cultura de la diversión arraigue en torno a un depresivo, que el tóxico nos haga sentir más vivos, pero quizá sea la ausencia mas escandalosa aún que la presencia. La vida está ausente. La embriaguez puede presentar una metamorfosis que llena el espíritu un instante, pero al final corre el riesgo de sujetar la mascara a la cara con un impulso inquebrantable. Y es entonces cuando el otro que uno quería ser no es sino un reflejo de su fantasma, un Dorian Gray despojado y lastimoso.
Bebo a veces. Lo hago sin pensar en ello. No es que exista, es que ha invadido cada espacio. Quizá esté más allá del bien y el mal y sea la respuesta a la angustia inherente a lo humano. La tarde pasa azul por mi ventana. Trae viento y un rumor cálido. Las terrazas se llenan y un hálito de más vida se aspira en sus brindis y sus conversaciones. Camino por el parque verde y los niños juegan, muchos corren, algunos se tumban y grupos comparten una birra. Está bien que así sea. No fuimos hechos para el paraíso y quizá es tarde para encontrarnos. Saber estar en paz con uno y los demás suele bastar para pasar el día, que de pronto son años. Y es mejor estar condenado a la libertad que preso de la virtud de otro.
viernes, 4 de junio de 2021
El síndrome del superhéroe.04/06/21
Una característica del tiempo que nos va gastando es, en lo presente, la renuencia colectiva a ser parte de grupos y afiliaciones, de lo común. Este rechazo de lo común parece esconder la angustia de una individualidad ahogada en un coro átono pero potente de otros individuos que sienten la misma ansiedad y la misma comodidad vital como partes del conjunto. Cierta excentricidad es tolerada y aún estimulada, siempre que sea propicia al poder. Creo que el resultado ha sido la explotación comercial de la rebeldía a una escala ciertamente estimable. Todos tratamos de ser un poco diferentes llevando a cabo similares rebeldías inocuas.
No es que sea mal en sí, salvo cuando pierde de vista su ironía radical (propia de la raíz). Sin una comunidad de iguales, las jerarquías se establecen de forma caprichosa. Como además no es solo la desigualdad sino que el precio se convierte en el valor de todo de una forma asfixiante, esa dinámica perpetua no puede sino acabar en un cuestionamiento del origen de cada diferencia, aunque en realidad, legitima todas: si tengo derecho a demostrar mi diferencia, mi identidad, te estoy haciendo distinto a mí. Cuando todos hacen lo mismo respecto a todos, cada uno es libre de elegir la medida que a su juicio debería regir todo bajo el sol.
De ahí se llega al superhéroe, a quien de buen corazón o con ánimo espurio decide lanzar su cruzada. Los que gustan de la caridad un punto mas de la necesario necesitan perpetuar la pobreza para que su virtud refulja. Los que buscan la justicia de acuerdo a sus propias reglas necesitan víctimas que redimir y sobre todo, necesitan villanos.
No es tarea fácil. Tras apuntar a uno y luchar contra él, o bien el villano vence y el superhéroe es superfluo o bien el héroe vence y comprobar que su causa aún no ha triunfado lo hace superfluo y trágico, necesitado de más fortaleza, más pureza, más ardor, ay, más sangre. Debe ser más implacable y asumir que nunca acabará su guardia. Ay, pero es tan hermoso vestir los ropajes de la audacia... De la existencia del villano surge la necesidad del símbolo, que se presume la comunidad encarnada en uno. Otra ficción más. El síndrome del superhéroe requiere salvar de ellos mismos a todos, usurpando la voz vibrante de la diferencia en el grito ominoso del miedo que amenaza. Por eso los villanos acaban siendo humo. Por eso las víctimas acaban en tumbas donde crece la mala hierba y quienes vencen cuentan la historia.
Salió así hoy. Deseaba escribir y el fluir de la conciencia me trajo por estos meandros algo oscuros, camino de vuelta hacia su nada, engarzando impresiones breves, sin demasiados matices, acaso apresuradas. No importa tanto. El cielo brilla antes de tornarse ocaso. La luz, que presta la forma que no tiene, obra el milagro sobre todo lo que vemos y lo que se nos escapa. El mar mueve sus olas en rítmicos azules contra muros que pronto serán arena, aunque para nosotros será ya demasiado tarde. Los pensamientos, como el espíritu, como el viento, soplan donde quieren y la voz, por débil que resulte, trata de abrirse paso entre el coro de la costumbre. No por ser mejor, sino por plantar algo. Que el árbol deje memoria de quien lo plantó, aunque ya no esté. El aroma del mar impregna la ciudad de verano y las flores bailan en la brisa de un presente del que no nos está dado evadirnos. Tenemos fe en la fe, en lo que podremos hacer de nuestros días. Y la música pasa contra rincones gratos.