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miércoles, 23 de junio de 2021

El desprecio. 06/23/21.

Uno de los dones perdidos que refulge en mi memoria con el brillo especial de lo que ya no volverá es el tiempo de la lectura nocturna, despejado todo temor y pesar en un santuario delicado e irrompible. Supongo que el niño es el padre del hombre; he dado en preguntarme si lo que uno desarrolla y absorbe durante esas horas perdidas para el mundo son las que moldean lo que se puede ver. Pudiera ser.

Recuerdo una cierta visión romántica del desastre, la visión de que al fin de todo, todo es nada. No he cambiado tanto, pero puede que hubiera una forma de cultivar el vitalismo sobre una raíz de existencia precaria y cuestionada. Hay edades donde uno quiere dejar clara su postura al mundo, antes de percatarse de que el mundo no escucha. En cualquier caso, siempre es tentador pensar cómo la vida hubiera sido perfecta, un engaño recurrente: hay mucho de lo que doy por hecho que echaría mucho en falta si no lo hubiese tenido, logrado, cedido por el azar. Agradezco haber investigado los crímenes en una abadía medieval, haber emigrado y apurado las uvas de la ira, sido un lobo estepario en soledad, viajado a un turbio corazón de tinieblas o perseguido las fuentes de la obsesión humana mientras una ballena blanca (en realidad, un cachalote) acechaba en el abismo.

Guardo una devoción especial por Albert Camus. Especialmente, recuerdo haber pensado, posiblemente demasiado y mal, acerca de su Calígula. Morimos y no somos felices, bastaría que lo imposible existiera para albergar una esperanza. Me ha acompañado siempre otra reflexión: Todos necesitamos un lugar donde refugiarnos cuando todo nos es hostil y hasta la luz hiere. Calígula escoge el desprecio, no el arrogante de quien cree ser mejor que el otro, sino el que envuelve al mundo en un velo traslúcido de de indiferencia. Creo que a veces he elegido seguir ese camino amargo para evitar el dolor. El problema es que la tierra quemada elimina la grama, pero también el brote. No sé si todo eso me ha hecho más seco, pero tampoco sé si ya era así, si así es mejor, si hay alguna paz que tenga la profundidad de un lago donde caer y descansar. ¿Nada importa? No sé. Pero entre la exaltación y el vacío, debe haber un sendero angosto y grato, el de la esperanza. 

Quizá esa sea la idea, perseguir la esperanza. Hoy está diluida en un ambiguo optimismo que parece funcionar como un conjuro que premia la propia voluntad y revela el castigo de quien no es suficientemente positivo con malas noticias y un camino más arduo. En cualquier caso, espero que la vida no me permita caer en esas bajezas, por difícil que sea. Nadie ha tenido un camino fácil, pero yo no puedo lamentar demasiado el mío. Quizá hubiera tenido menos tendencia a la soledad de otra forma. Quizá hubiera sido peor así. 

Hoy hay una protesta de los pescadores a lo largo del puerto y el río. Sin saber detalles, simpatizo con ellos, su pelea diaria, la dificultad que unos viven y otros fingen, su silencio y su fruto que grita. Se van despidiendo camino al mar, sus sirenas resuenan como acordes sobrecogedores de una catedral desnuda. Las nubes derraman una lluvia fina y los cristales derriten la luz de un sol blanquecino y distante, arpa  melodiosa del atardecer. Puede que sea como otros días, lo habitual aquí, pero la tarea es tratar de exprimir de cada día un sabor distinto, aunque sea breve o modesto. El desprecio de nuestras miserias y la nada a la que vamos puede quizá compensarse con una mirada alegre a esa vida frágil que demanda alegría por esa misma condición. Quizá. Las voces viajan en el viento, llevando en él su rumor tan vivo.  



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