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viernes, 4 de junio de 2021

El síndrome del superhéroe.04/06/21

Una característica del tiempo que nos va gastando es, en lo presente, la renuencia colectiva a ser parte de grupos y afiliaciones, de lo común. Este rechazo de lo común parece esconder la angustia de una individualidad ahogada en un coro átono pero potente de otros individuos que sienten la misma ansiedad y la misma comodidad vital como partes del conjunto. Cierta excentricidad es tolerada y aún estimulada, siempre que sea propicia al poder. Creo que el resultado ha sido la explotación comercial de la rebeldía a una escala ciertamente estimable. Todos tratamos de ser un poco diferentes llevando a cabo similares rebeldías inocuas.

No es que sea mal en sí, salvo cuando pierde de vista su ironía radical (propia de la raíz). Sin una comunidad de iguales, las jerarquías se establecen de forma caprichosa. Como además no es solo la desigualdad sino que el precio se convierte en el valor de todo de una forma asfixiante, esa dinámica perpetua no puede sino acabar en un cuestionamiento del origen de cada diferencia, aunque en realidad, legitima todas: si tengo derecho a demostrar mi diferencia, mi identidad, te estoy haciendo distinto a mí. Cuando todos hacen lo mismo respecto a todos, cada uno es libre de elegir la medida que a su juicio debería regir todo bajo el sol.

De ahí se llega al superhéroe, a quien de buen corazón o con ánimo espurio decide lanzar su cruzada. Los que gustan de la caridad un punto mas de la necesario necesitan perpetuar la pobreza para que su virtud refulja. Los que buscan la justicia de acuerdo a sus propias reglas necesitan víctimas que redimir y sobre todo, necesitan villanos. 

No es tarea fácil. Tras apuntar a uno y luchar contra él, o bien el villano vence y el superhéroe es superfluo o bien el héroe vence y comprobar que su causa aún no ha triunfado lo hace superfluo y trágico, necesitado de más fortaleza, más pureza, más ardor, ay, más sangre. Debe ser más implacable y asumir que nunca acabará su guardia. Ay, pero es tan hermoso vestir los ropajes de la audacia... De la existencia del villano surge la necesidad del símbolo, que se presume la comunidad encarnada en uno. Otra ficción más. El síndrome del superhéroe requiere salvar de ellos mismos a todos, usurpando la voz vibrante de la diferencia en el grito ominoso del miedo que amenaza. Por eso los villanos acaban siendo humo. Por eso las víctimas acaban en tumbas donde crece la mala hierba y quienes vencen cuentan la historia.

Salió así hoy. Deseaba escribir y el fluir de la conciencia me trajo por estos meandros algo oscuros, camino de vuelta hacia su nada, engarzando impresiones breves, sin demasiados matices, acaso apresuradas. No importa tanto. El cielo brilla antes de tornarse ocaso. La luz, que presta la forma que no tiene, obra el milagro sobre todo lo que vemos y lo que se nos escapa. El mar mueve sus olas en rítmicos azules contra muros que pronto serán arena, aunque para nosotros será ya demasiado tarde. Los pensamientos, como el espíritu, como el viento, soplan donde quieren y la voz, por débil que resulte, trata de abrirse paso entre el coro de la costumbre. No por ser mejor, sino por plantar algo. Que el árbol deje memoria de quien lo plantó, aunque ya no esté. El aroma del mar impregna la ciudad de verano y las flores bailan en la brisa de un presente del que no nos está dado evadirnos. Tenemos fe en la fe, en lo que podremos hacer de nuestros días. Y la música pasa contra rincones gratos.

 

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