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lunes, 14 de junio de 2021

Que difícil es arbitrar. Catorce de junio, 2021.

Fallar las que falla Morata a veces parece difícil, pero lo que es difícil de verdad es arbitrar, rodeado de atletas de gimnasio que se desmayan, gritan, se agitan, revolotean en torno, se increpan, se desgastan, se cabecean cual muflones, se llaman, se ríen, se encabronan, se burlan y de todo le echan las culpas al trencilla.

Yo debía tener unos once años. Fui a un campamento de verano cerca de Béjar, en  un albergue que se llamaba Llano Alto. Lo pase muy bien, hicimos hogueras, rápel, tirolina, excursiones y jugamos bastante al bádminton y al fútbol. Jugando al bádminton salve un punto muy bueno, mi compañera vino a felicitarme y medio me enamoré. También hacíamos mucho ping pong (dos de mis compañeros de habitación eran catalanes y eran unos maquinas, desde entonces pienso que en Cataluña todo el mundo juega muchísimo tenis de mesa en los colegios). Y después jugábamos al fútbol. Mucho. Me lo pasé bastante bien. No jugaba mal, así que me eligieron de los primeros en un equipo y jugamos bien, recuerdo que recortaba mucho y después marqué algunos goles y ya después se inició mi decadencia, imparable hasta hoy. Bueno, a lo que vamos. Después de ganar nuestro partido, el equipo de mis amigos y compañeros de habitación necesitaba un árbitro para su partido y me lo pidieron. Sin meditarlo mucho, me lo pensé, pero claro, a los dos segundos era como una designación de Ceferin en un Juventus-PSG, la sospecha se había extendido. 

Yo solo quería demostrar que era honrado. Supongo que lo hice, tras demostrar más fehacientemente que era incapaz de captar nada. Por lo visto, el primer gol que le metieron a mis amigos había entrado por un lado de la portería, cuyas redes estaban rotas, pero yo lo di. Aún faltaba lo mejor. Atacando para empatar, dos jugadores, ¡dos! hicieron mano dentro de su área. Juro que no lo vi. Lo que si vi fue a una masa de gente, caras amistosas normalmente, repetirme mano mano mano no lo has visto ha sido clarísimo es mano, venga hombre mano estás comprao mano pítala ha sido mano como puedes no haberlo visto es mano eres malísimo mano mano mano mano...

La presión de ese tsunami de gestos y palabras casi me hace fingir una agresión, como un árbitro le hizo a un portero en un partido en Santander (que grande) años después. En lugar de eso, hice lo que cualquier honrado cumplidor del orden que se ve acusado de corrupción: disparé a todo lo que se movía. Tengo el recuerdo de haber sacado once amarillas y seis rojas. Mis brazos se movían hacia arriba y disparaban tarjetas, aferrándome a ellas como a una cruz de plata rodeado de vampiros que ansiaban mi sangre. Luego supe que había expulsado a tres, no está mal. Afortunadamente la sangre no llegó al río, el partido casi se acabó después y mientras íbamos a las habitaciones mis amigos me reprendían pero de mejor modo, supongo que los monitores me protegieron de ser linchado en el momento y después ya estábamos pensando en el siguiente momento de felicidad. El privilegio de la infancia es priorizar la alegría sobre el orgullo.

La noche ha caído. El río va manso, silencioso e invisible sobre un mundo que comienza a despertar. La Eurocopa nos muestra lo hermoso que es el fútbol de selecciones y aunque hemos pinchado, llegarán buenos momentos, quizá el mejor ha sido la resurrección de Eriksen en la tierra de Carl Dreyer. Criticamos mucho a los jugadores y a la selección últimamente y me parece justo. Cobran mucho y el peso de la púrpura es una cadena a veces. Además, no es para tanto. Aquí lo difícil, creedme, es arbitrar. Que difícil es arbitrar, por Dios.





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