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martes, 8 de junio de 2021

In vino veritas. Ocho de junio.

Hay escenarios que de tan comunes, se vuelven invisibles. El paso lento de los días, la lluvia en los bosques, la alegría amistosa, el fastidio de los inagotables, las nubes, el enigma de la belleza. El alcohol en la vida de Occidente, la causa y la solución de todos nuestros problemas, que diría Homer Simpson. Parece casi imposible encontrar lugares o ritos sin su presencia, para celebrar o ahogar penas, para socializar, olvidar, desinhibirse, atreverse, cantar o por el simple hecho de beber. La exaltación de la vida siempre parece ir de alguna forma de la mano del olvido. Supongo que tiene sentido.

Hace tiempo leí que el cáñamo podía ser una de las varias causas que motivó las migraciones de nuestros ancestros, arriesgando sus lugares por otros inciertos. Con el cáñamo uno puede tejer ropas, cuerdas, alimentarse de sus semillas...y colocarse. No hay nada de novedoso en ello, ese es precisamente el interés. Parece que la condición humana necesita ritos en los que poder ser otros, danzas en torno a la captación del momento fugaz, un dejarse ir en esa corriente de trabajos y pesares que es la vida, ay, muchas veces. 

No todo es filosofía apresurada y basta que a uno se le ocurre. Uno puede entender también a Wilde cuando afirma que el trabajo es una maldición de las clases bebedoras, condenadas a ser oscurecidas en puestos que no motivan ni elevan, a masas frustradas que necesitan escape para su rencor, a los relegados para pactar una tregua con sus demonios: pizcas de envilecimiento controlado para seguir sosteniendo edificios en riesgo de derrumbe, las almas moribundas. Cuesta entender que una cultura de la diversión arraigue en torno a un depresivo, que el tóxico nos haga sentir más vivos, pero quizá sea la ausencia mas escandalosa aún que la presencia. La vida está ausente. La embriaguez puede presentar una metamorfosis que llena el espíritu un instante, pero al final corre el riesgo de sujetar la mascara a la cara con un impulso inquebrantable. Y es entonces cuando el otro que uno quería ser no es sino un reflejo de su fantasma, un Dorian Gray despojado y lastimoso.

Bebo a veces. Lo hago sin pensar en ello. No es que exista, es que ha invadido cada espacio. Quizá esté más allá del bien y el mal y sea la respuesta a la angustia inherente a lo humano. La tarde pasa azul por mi ventana. Trae viento y un rumor cálido. Las terrazas se llenan y un hálito de más vida se aspira en sus brindis y sus conversaciones. Camino por el parque verde y los niños juegan, muchos corren, algunos se tumban y grupos comparten una birra. Está bien que así sea. No fuimos hechos para el paraíso y quizá es tarde para encontrarnos. Saber estar en paz con uno y los demás suele bastar para pasar el día, que de pronto son años.  Y es mejor estar condenado a la libertad que preso de la virtud de otro.




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