Los niños construyen una visión del mundo propio, como de viejos académicos. Ven en sus burbujas invisibles trazos de realidades abstractas, esquivas, aparentes. Distinguen sus luces y reflejos que pintan de color un mundo turbio. Discuten seriamente acerca de un mundo que aprenden a conocer como adultos y al que han llegado a captar con la sensibilidad única de quien no ha adquirido el desengaño, que marchita la inocencia. Huyen de la amargura y el orgullo para apurar el momento. Y en su ir y venir aprendiendo y disolviendo su sabiduría innata en experiencia, van entre nosotros, y no les hacemos caso.
Los viejos académicos caminan por el parque otoñal apasionados en sus disputas que a los otros parecen nimias. Han pasado su vida tratando de conocerla a través de la experimentación y la observación delicada de sutiles temas que contienen un mundo vedado a casi todos. Etimologías, física de líquidos, prehistoria, animales extintos. Los años no nublaron su pasión y, como no es posible reconocer la pasión propia, viven en la ilusión de que casi todos la comparten. Su materia los salva de las tribulaciones que el caos de la vida arrastra hacia sus puertas; su saber es la roca contra una tempestad turbia.
Así fuimos un día. La sombra nos ha cercado y de los niños conservamos la frustración de no haber sabido crecer y el espanto del mundo, él nunca perdona. Los otoños pasan, las afinidades electivas nos acercan a unas costas y nos destierran de otras, los colores se atenúan y el fuego deja apenas las ascuas. Es bueno desterrar la crueldad del animal que fuimos, mas...ay, cuesta amoldarse en el futuro sin expectativas. De lo que fuimos en el recreo, un grupo de aprendices maravillados contra la aurora del porvenir, nos encerramos en la armadura de los temerosos. Refinamos la crueldad en costumbre y hacemos lo único peor que envejecer. Seguir siendo niños sin inocencia ya.
Deseo que haya una salida, momentos de soledad o intimidad en los que uno llega a ser quien es. La noche llegó hace horas a esta costa y el silencio se extiende como una mancha aún más negra. Todo está dormido, apagado, exhausto. Los viejos académicos siguen persiguiendo los objetos de su pasión, los niños su alegría y los demás, casi todos, nos agitamos en la confusión. Y a pesar de todo, con su rabia y su dulzura, aún la vida late y aún sigue esperándonos.
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