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jueves, 21 de octubre de 2021

Nieve de otoño. Parte IV.

Primera parte

Segunda parte

Tercera parte

Hans caminó sobre el filo del tiempo, tan frágil como el del hielo, siguiendo un momento de lucidez en la oscuridad. En la penumbra de una duermevela sentía el calorcillo suave que la anticipación de una promesa posa en el corazón. Caminó contra claros que dejaban ver las siluetas de las torres de las iglesias contra la bruma nocturna, avanzó entre callejuelas angostas y la luz lo llevaba hacia la ribera del río, que era un rumor ancestral y misterioso. En los ángulos de las cuestas contra los muros cansados, era guiado por una luz que confortaba y no dejaba ver nada salvo el camino. Tan claro, tan seguro. Tan promisorio.

Su madre miraría por la ventana, angustiada, esperando a su padre, que llegaría derrotado y preparado para un nuevo día de batalla. Sus hermanos no correrían tanto como de costumbre, tímidos por la pesadez de la espera que su madre irradiaba. Pasos en la calle se acercarían y se alejarían entre conversaciones cortadas. La vida seguiría, en fin, ajena a todo, porque nada importamos. No muy lejos de allí, un niño  persigue un hilo de sueño.

Entre las paredes de una callejuela sin salida, se aposentó la chispa y emitió un fulgor más intenso. El rostro de Hans abrazaba los claros y los oscuros que presagiaban todos sus futuros y aquellos que lo precedieron y sus ojos abiertos no sabían contemplar más que la luz que inundaba una porción del Universo, contraria a todas las reglas y a favor de todas las esperanzas. Hans sintió, desde un abismo que no podría nombrar, que esa era la luz que una puerta abierta desde algún otro lugar derramaba sobre éste. Su boca musitaba una oración que su corazón recordaba en el momento de emitir su voz. Vibraciones apacibles recorrían su cuerpo inmóvil. Vio caminos que se bifurcaban, fuegos que se apagaban repentinamente, rugidos de agua que se hundían bajo las ondas y sintió que el mundo era el conjunto de todo lo inimaginable: de lo que no imaginamos y de lo que no sabemos que se puede imaginar. Y fue en ese momento en el que supo el futuro que se otorgaría a sí mismo. Y fue entonces cuando la llama declinó y se durmió en la negrura plácida.





Has despertado cansada. La luz de las mañana en otoño busca una blancura que no rompe en augurios pero no sabe esconder los pesares del día. Te has desperezado en la cama y el pensamiento te ha llevado por extraños senderos, que se olvidaron pronto.  En la ducha, el cuerpo despertó y las cicatrices se cerraron por el instante de descanso en los brazos del agua. Has desayunado rápido, leyendo algo en tu móvil, quizá, es poco probable, estas líneas. Has salido a la calle para que el Tribunal del día te juzgue de nuevo. Has sonreído, has estado triste, hiciste planes, te ha azuzado el rencor, has deseado algo diferente, has compartido con otros. Tuviste tiempo para ti antes de volver a casa, viste algo en la tele, has leído unas páginas. Entras en la cama y te abandonas al cansancio. Aún resistes.

Mientras todo ello pasaba, otros caminos se han ofrecido y se han cerrado ante ti, el futuro se ha plegado como un acordeón y una luz delicada se ha presentado para mostrártelo todo. En varios lugares, hay quienes tratan de figurarse como funciona el misterio. Hay quienes creen que el misterio ya se resolvió hace demasiado y nos hemos acostumbrado a él. Necesitamos un nuevo secreto, enigmas que nos den la profundidad que la decepción de la realidad, pese a todo, nos ha dejado. Pero aun hay pliegues de misterio, esperanza y alegría entre lo que suponemos inmutable. Morimos y vivimos con infelicidad, pero lo imposible existe. Hemos olvidado como verlo, eso es todo. Abre los ojos.

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