Los tablones crujían con los saltos de los niños en el puente. Caía la nieve como un embrujo sobre la ciudad. Se posaba sobre los picos de las grandes iglesias y en los callejones turbios, sobre las lápidas y bailaba con el humo que algunas lumbres precarias y gozosas ascendían a su encuentro. Los caminos estarán oscuros mañana, pensaban los mercaderes, habrá lobos y quizá bandidos. El sacerdote oraba para que la nieve diera un campo robusto para las cosechas y no se convirtiera en granizo, que rompe la siembra y deja un rastro de animal furioso. Los nobles, de vida regalada, organizarán fiestas en las que los músicos tocarán polcas y la danza y la cerveza darán calor a su alma. Todos son pensamientos breves, volantines de un juego antiguo. Todos contemplan caer plácidamente la nieve, juegan algunos con ella, casi todos están fuera. El otoño llega con las primeras nieves y quien está solo, lo estará mucho tiempo. Mejor ser feliz hoy y que mañana traiga sus propios afanes.
Pues la nieve
también se pondrá sucia. Los pasos de todos, el aliento de los borrachos, las
discusiones de los estudiantes y los sermones de los clérigos pasarán por ella
cuando ya lleve unos días e irá desapareciendo con el paso de la vida. Sí,
ocurrirá muy pronto. Los carromatos retomaran el camino de la plaza desde
lugares lejanos, los mendigos se agolparán en el palacio y las iglesias
buscando una sopa y un mendrugo de pan endurecido. Los labradores subirán a la
ciudad desde sus valles para vender lo que Dios haya permitido de aquella
tierra dura, todas lo son, y los cortesanos tratarán de esquivar la ira de los
que les pueden y afirmar su poder sobre aquellos que no les igualan en honor.
Las calles, la ciudad, irá cambiando, tan despacio como la eternidad misma.
Muchos solo sabrán ver las diferencias cuando lleguen a viejos y tengan tiempo
para mirar. Para entonces, todas las nieves serán las mismas, todos los
veranos, todos los rostros, variaciones de aquel que esperan ver después del
último trance.
Ajena a la
comedia humana y hoy parte de ella, cae la nieve contra el ocaso y las colinas
blancas.
Hay en toda vida, varias encrucijadas. Cada vida es una historia universal resumida y asumida en el Gran Juego. En cada cruce hay un equilibrio entre la redención y el fracaso, la oportunidad y la derrota. No importan en sí. Lo que sigue cuando la vida avanza es la devoción por aquellos hitos como puntos de cambio, nacimiento de oportunidades reales, casi siempre ignoradas tras deslustrarse con el gasto de los años y las voces de las oportunidades frustradas, siempre dulces, siempre preñadas de luz y energía. Las voces de los profetas de esas ocasiones nos llaman y tientan, aquí pudiste ser afortunado, aquí feliz, aquí evitar la desdicha. Se dice que son las sirenas quienes embrujan con su voz a los marinos. Mas, si eso pudiera ser cierto, no lo es menos que el eco de la propia voz susurrando promesas imposibles ejerce el mismo poder, pues no hay una voz propia que no nos vea tan luminosos como para no alumbrar cualquier noche de luna nueva. No hay olvido. La vida de toda persona sucede entre el recuerdo de todos los otros que pudo ser, los que dejo atrás y los que escaparon sin que pudiera encarnarlos. La nostalgia más punzante, quizá la más audaz, es aquella que es peligrosa: lo que pudo ocurrir, la circunstancia que habría sido la piedra filosofal de un presente hoy tedioso. Y el tiempo sigue pasando y borrando las demás huellas, como si no le importasen.
(continuará...)
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