La revolución no será televisada. Lo que aparece en las pantallas tiende a ser embellecido, histriónico, impostado hasta un cierto punto. Hoy, la rebelión forma punta de lanza del sistema a la vez que trata de corroerlo, sin demasiada convicción. Es difícil mantenerlas cuando la revolución vende tanto: mejor vivir de las ventajas del sistema mientras te mima por criticarlo. El poder, que es un concepto evanescente y esquivo, patrocina la protesta a la vez que la deforma para legitimar su dominio. Para ello comercia con la simplicidad y el miedo. Maniqueísmo, respuestas directas y binarias a asuntos complejos, el ansia de insistir que las discrepancias de grado deben ser discrepancias de principio para fomentar la bronquedad en la que medra.
Hay una novedad en la vieja estrategia. Estos últimos años, el dominio ha estimulado el moralismo para reinvertir la frustración que él mismo genera en la promesa diluida del mañana y la justicia que otros, los malvados, los herejes...los otros, tratan de impedir. En este combate contra las sombras, no se avanza hacia ningún resultado, pero la propaganda insiste que la virtud está del lado del activista y la hace olvidar lo que este podría contemplar, si lo deseara.
No parece un camino prudente. El moralismo, el bien y la virtud pueden ser casi tan banales como el mal, conjeturo. Basta con convencer de la bondad de un fin para soslayar cualquier duda de la bondad de los medios empleados para conseguirlo. Por eso, la búsqueda del bien ha desembocado tantas veces en la violencia. Sin embargo, nos tratan de convencer que todas las grandes violencias del pasado estuvieron causadas por la maldad esencial que aún aletea en otros, que desean repetirlas. En esa lucha de ángeles, la sangre esta presta a derramarse.
Siempre hay un peligro de tender a la equidistancia; uno aspira, modestamente en un texto que leerán cuatro, a la ecuanimidad. No merece la pena decir que todos son iguales. Hay quienes aspiran a mejorar el mundo en el que viven y ay quienes deseen poseerlo o verlo arder. El drama es que los reformistas tienden a allanar el camino a esos últimos por sentir el glamour de la protesta. Me temo que es un camino excluyente de moral y rencor disfrazado de justicia y virtud que siempre acaba en violencia. No puede acabar en otro sitio...
Así empieza lo malo. Quizá Dios, el futuro, la providencia y la justicia sean amor en definitiva. Hoy parece más urgente que sean, ante todo, perdón. La indulgencia con nuestra naturaleza, el cultivo de lo mejor que somos, aprovechar las oportunidades para hacer florecer algo mejor en el mundo, antes de que lo engulla el olvido. La tarde es escasa ahora en la ciudad, mientras la noche se viene deprisa. En la luz y en la sombra, habrá siempre una oportunidad de elegir que versión de nosotros queremos ser. Y aún el viento de la libertad es el privilegio más hermoso. La tarde se derrama sobre el mar y el silencio se posa sobre sus olas lejanas. No, la revolución no será televisada. Porque la revolución eres tú.
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