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jueves, 25 de noviembre de 2021

Todo está iluminado. 25 de noviembre.

La vimos girarse lentamente en dirección al canal. El viento, gélido, soplaba bajo sus alas y la elevó unos pocos metros sobre el horizonte. Puede divisar así la entrada del río al puerto, las luces de la ciudad parpadeando contra las nubes, el ajetreo de las sombras difusas cazcaleando otra tarde más, el aliento que asciende como de un solo ser respirando en muchos. Se alejó hacia alguna acera tranquila, con restos de comida o con refugio contra la brisa de invierno.

Vio un autobús pasar sobre el viejo puente de piedra. Gentes que vuelven del trabajo o del gimnasio a sus casa, a coger otro autobús o un tren, enfrascadas en sus teléfonos móviles, mirando algo más allá y más profundo que ellos. Algunos han tenido un mal día, otros han recibido malas noticias, los hay que han disfrutado los pequeños placeres que la vida prodiga entre su realidad atroz e indiferente. La mayoría es razonablemente feliz, pero aún es pronto para que se den cuenta.

Han adelantado a un ciclista que lleva comida. Trata de mejorar su segundo idioma, encontrar un trabajo mejor, ahorrar, disfrutar mientras tanto. El motor de su bici lo lleva por el carril sin esfuerzo, y se siente como un único punto inmóvil en torno al cual las sombras se abalanzan veloces para después perderse. Escucha música en sus auriculares y se deja llevar hacia una casa de una calle oscura y vacía. 

Han recibido su cena y la toman viendo una serie vacía mientras descansan de su círculo que a veces parece irrompible, de presente hecho futuro, rutina, soledad, despojos de sueños. Las imágenes pasan en el televisor y en la ventana los rumores pasan y se desvanecen, y la luz de la luna tiembla contra jirones de nubes negras. La vida pasa y no le importamos, piensa alguien. Nadie es insustituible, piensa alguien más. Y todo esto es verdad, como todo. Miles de pensamientos, sentimientos, borbotean bajo su ventana. Y esto tampoco importa.

La luz lunar que baña esa ventana sigue a lo largo de edificios, carteles y parques, buscando ávidamente el significado de la noche. Vanamente busca en los campos de juego, en estadios y oficinas de cristaleras sedientas de otra luz. Esta es la hora de callejones agrios y gritos a deshora, de caminar encogidos contra el frío o de volar bajo. 

Un barquito se balancea bajo esa luz blanca que hiere la oscuridad. El puerto es tranquilo y aunque las máquinas rujan y las luces enseñen una ciudad nocturna en el agua, que sirve al mañana, avituallando enormes barcos que tragan camiones, lanzando a las espaldas del mar buques que verán otros cielos y algún día también reposarán.

Caminábamos volviendo a casa cerca del puerto. Vimos una gaviota surcar el cielo hasta posarse en su mástil, antes de girarse lentamente en dirección al canal. La sigues viendo sentado en un sofá, escribiendo unas líneas que lanzarás a otro mar interior, palpitante e inmenso en unos minutos. Otra experiencia olvidable, otro día que pasó como otros. La rueda de la fortuna nunca se sabe estar quieta y cada uno de nosotros inicia a lo largo de un día humano innúmeras causalidades...quién sabe a dónde nos llevarán. Hay veces que pareciera que nada permanece, que acumulamos escombros de experiencia en un suelo inestable. Pero no es así. Todo lo que acontece, lo que se siente y pasa, lo pensado y lo sufrido, son nuestra corona de gloria mientras respiremos. Nada se puede parar, porque siempre encerramos un misterio más que sostener al silencio. Nada nos agota. Y todo está iluminado.





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