Los caminos sinuosos también atraviesan delicados jardines. Hace unos días recibí una valiosa lección de una persona muy valiosa. Hablando de muchas cosas y fluyendo en la conversación, hubo una pieza de verdad pura: 'No es realmente cierto que haya días malos y buenos. Los habrá mejores o peores...pero todos son días bonitos'. Y sí, creo que es una verdad que no siempre es fácil de afirmar (las verdades no confortan; son indiferentes a nuestros temores) pero que esconde un poso de belleza terrible. William Faulkner dijo algo parecido, creo: entre el dolor y la nada, escogí el dolor.
Sí, sólo días bonitos. Porque no son nuestros. Son del tiempo y del futuro olvido. Lo hermoso nos trasciende, por más que tratemos de asirlo. La belleza traspasa al que la contempla. Se desvanece como gasa de bruma en la inútil pasión de los brazos que la necesitan. Nosotros nunca dejamos de buscar. Pasamos como sombras confundidas en escenarios luminosos cuyo resplandor no nos eriza, quizá porque no sabemos ver las cosas como son, como eran cuando niños. Porque la inocencia hirió y hubo que construir un escudo con las mentiras de las que vivimos, las máscaras que suplen los surcos del cansancio de cada rostro. No formamos el día. Lo gastamos mientras nos gasta.
Lo real reluce en todos los abismos, trágicos o cotidianos. Vivir es correr con el rostro bañado por el sol al borde de un precipicio insondable. La vida consiste, me parece, en cruzar puentes, de miedo, oscuridad, derrotas. Al otro lado de ellas espera el premio. Una redención que cuesta, es lenta y nunca asegurada. Hay quienes no llegan a ellas. Las aventuras lo son porque las caídas existen. La muerte pasa, silenciosa entre siluetas que no la ven, que no ven nada entre la luz lechosa de la rutina y los miedos de cada día. Hay quienes no llegan. Si no, no habría aventura propia y todo esto sería un juego.
Pero me pierdo en volantines repetitivos. Afuera el viento aúlla. Dicen que llega tormenta. Por las ventanas las gotas descienden formando una cortina húmeda que filtra el mundo. Las formas de los edificios se iluminan con un fulgor anaranjado y difuso. El sonido de la lluvia es siempre el mismo. Y mañana puede que bañe la nueva aurora, que regalará la luz otro día que venga y que en la suma de tragedias, euforias, decepciones y decisiones, será para una roca inerte en un cosmos punteado de luces lejanas, un guiño en el río del tiempo, un contemplar figuras que tratan de buscar sus por qués y sus cómos, un viaje hacia otro lugar igual, otro día, a pesar de los pesares, irremediablemente bonito.
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