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jueves, 24 de febrero de 2022

Una conversación del pasado. Día de infamia, 2022.

Hay quienes hablan de la venganza de la Historia, o de la Geografía. Pudiera ser. Todo lo que acontece no deja de ser una conjunción única de múltiples decisiones y consecuencias, causas y azares. Tiendo a pensar que la tiranía se alimenta más vorazmente de la impostura que se dice inconformista y se pretende hegemónica que de la perezosa quietud de la mansedumbre. La rebeldía genuina es la que conduce a soledades y dudas. Los grandes ideales son deseables, mas peligrosos. Arrogarse la virtud exalta la culpa ajena y justifica las violencias contra el mal encarnado, como advirtió Ahab en su febril monomanía. El reflujo de la Historia muestra como las potencias tratan de aprovechar la debilidad ajena identificando en una su ideal, su fuerza y su derecho y sacando una ventaja, siempre provisional menos para los muertos.

En fin, quizá es frívolo que trate este tema hoy. Me justifico pensando en que me quema, que muchos lo hacen, que no creo pontificar y que esto tendrá por fuerza un alcance limitado. El complejo militar-industrial sabe lo que los corazones desean porque ha moldeado los deseos con una sonrisa tras la que asoma el aliento del dominio y la muerte. Nunca faltan palabras para justificarlo todo. Lo que sea. Los países justifican sus presupuestos de defensa tratando de amoldar a su modo su presente y su frontera. Los mayores agresores se reclaman las mayores víctimas. Y siempre hay quien está dispuesto a ser la voz de su amo por algo de calderilla.

En fin. Un tirano ha agredido a su vecino soberano. Aquí, el viento trae frío y soledad. Hace tiempo, cuando estudiaba, leí un ensayo que defendía que los conflictos armados deberían terminar sin que terceras partes intervinieran, salvo para proveer ayuda humanitaria. Cuando lo leí, estuve completamente en contra: me parecía una excusa para no enfrentarse a los criminales que dirigen ejércitos. Luego, pensé que esos criminales usaban sus ejércitos para jugar en un tablero podrido de relaciones internacionales y limitar los intervinientes de un conflicto causaría menos muertes e injusticia. Hoy, no lo sé. Lo que me perturba es pensar que no hay ninguna solución y que nadie puede saber lo que la realidad mostrará mañana; menos hoy, cuando la impulsividad de la opinión  parece urgir al análisis improvisado e inútil.

En fin, que más da lo que uno diga desde su sofá. La luz agoniza tristemente y una frase de Albert Camus resuena en la mente, no hay que ponerse al servicio de quienes hacen la historia sino de quienes las padecen. Fuerza para Ucrania y para la Rusia de buena voluntad, para aquellos que han aprendido que gran parte de las desgracias humanas vienen por no hablar claro cuando se debe. Fuerza para los que tienen hambre y sed de verdad y de paz justa. Gotas de lluvia lamen los cristales y un rumor apagado se pierde en el mar oscuro, pleno de soledad, como una pregunta acerca del amor en el festival de la muerte, el caos y la mentira. 

Recuerdo esa conversación del pasado acerca de guerras, paz perpetua y derecho. No importa nada de lo que dijéramos, espero que sí la llama que prendimos. Quiero creer que hay un hilo de luz en esta hora oscura. La realidad tangible, perdida en un bosque simbólico durante algunos años, ha regresado robusta y peligrosa, como suele. Acaso traiga con ella la identificación de su propia esencia y no se trate de etnias, países, ideas, sino de lo que un ser humano le hace a otro. Quizá reaprenderemos que matar a alguien para defender una idea no es defender una idea, sino matar. Quizá la voz contra el poder que aplasta al individuo llegue desde las tumbas olvidadas para enseñanza de los que estamos aquí aún. Hay que tratar de conservar la voz cuando otros tratan de imponer el silencio ajeno para siempre. Viva la vida. 




 

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