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sábado, 21 de mayo de 2022

Veintiuno de mayo. La Carta Magna.

Hoy vivimos una era de la sospecha. Hijos de los gigantes teóricos de la desconfianza (Nietzsche, Marx, Freud), cada inquisición es celebrada o comprendida. Se llama justicia al rencor; Se habla de utopía porque no desean que se recuerde que es el anhelo de vuelta al punto de partida; prosperidad, igualdad, libertad, ideología, costumbre, probidad o sacrificio porque muchos menos seguirían la doctrina de la guerra perpetua. Sí: el conflicto es el padre de todas las cosas. Pero la lucha por la hegemonía entierra cualquier diferencia y con ella, la propia vida. No se trata de defender una verdad poliédrica. Se trata de imponer verdades monolíticas tras la destrucción de las antiguas. Pero las antiguas no fueron menos arduas en su formación de las que se pretenden estas

Todo esto viene a que el otro día pude ver una copia manuscrita de la Carta Magna, Magna Carta Libertatum. Me hizo ilusión. En resumen, es un hito de los derechos que siglos más tardes llamaremos humanos. Otorga a la Ley el mando supremo y se lo quita al Rey. Es parte del esfuerzo (no inocente ni angélico, sino el propio de las luchas de poderes, que deben limitarse entre sí para no asfixiar a los vivos) de la libertad y la justicia en el mundo. Un anhelo nunca cumplido y posiblemente que nunca será olvidado y seguiremos persiguiendo. Sí, la ley es la ritualización de una violencia anterior. No se ve muy claro en que la disminuye contra la pura fuerza que desea derruirla. Podemos encontrar innumerables injusticias. El cambio de mentalidad que revela el avance de nuestros semejantes en orgullo y valor propio es más profundo. Un reconocimiento de habeas corpus sirve de autoafirmación contra la sonrisa satisfecha de cualquier tirano.

Muere la tarde rosada mecida por la brisa amable que acuna su fulgor terminal. El azul del cielo se oscurece y las olas del río cabalgan hacia el mar de mañana. El aroma del día es melancólico y osado, llevando entre sus labios el susurro de la única libertad que exalta, la única por la que morir: la libertad del individuo, para que ame, pierda o falle. La libertad como el primer lucero que despide la tarde y nos introduce en otra noche en la que la vida y la verdad aún resistirán los embates de la nada.



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