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miércoles, 28 de septiembre de 2022

Cacofonías y desengaños. 28/09/2022.

Puede que una de las características más visibles y menos observadas de nuestro día a día es que apenas nadie escucha. Cuando uno escucha, se nos dice, presta atención plena, no trata de buscar la forma de irrumpir en el habla del otro, no se pone una coraza, no busca la ocasión de vestir con ellas nuestras ideas. Y bueno, mirad alrededor o encended la tele: interrupciones constantes, repetición sistemática de los mismos argumentos, rumiados y comprimidos, el cliché omnipresente, que es el blasón de los fanáticos, de los que no pueden aprender que hay en el mundo y en el cielo innumerables cosas con las que no pueden soñar sus filosofías. Esa pésima educación social de los que aparecen cada día en el mundo revelado, el que no es real. nos aleja de la verdad, de la que contrasta la que está en nosotros y forma una visión del mundo equilibrada, dentro de lo que se puede.

Hemos construido instituciones y en general un modo de vida basado en la deliberación común de los asuntos humanos. Hoy, más conectados y presentes, parecemos aislados en un mundo en el que los demás, la gente, son lo que siempre han sido: un decorado misterioso e irreal como una mañana de niebla espesa. ¿Quién sabe que pude salir de ello? Nada bueno, nada bueno. Nadie escucha y vamos sonámbulos confundidos por una realidad de la que elegimos y desechamos lo que conviene, inseguros y asombrados como dentro de un sueño.  

He leído hoy acerca de la despedida de Roger Federer, venía a decir que agradecía los últimos partidos que pudo jugar, porque sentía que eran de prestado. Nunca dados por hecho, garantizados, cercanos. Y que queréis que os diga. Puede que una de las mayores lecciones del deporte es que el futuro no existe, lo que hoy consigues o no, es para siempre, y el éxito es darlo todo y ser absolutamente presente y una vez logrado, ese es el éxito, aquí y ahora. El mañana nunca sabe. Todos vivimos un tiempo prestado. Si lo entendiéramos, acaso nuestras vidas fueran mejores y cada segundo fuese lo que debería ser: una inmensa oportunidad.

Engaño es grande contemplar de suerte
toda la muerte como no venida,
pues lo que ya pasó de nuestra vida,
no fue pequeña parte de la muerte.

No sé por que he relacionado temas. Debe ser el otoño. Es hora de que el corazón se aquiete un poco y se repliegue mientras mantos negros extienden la noche cada vez más temprana. El rumor de la noche es un significado oculto, una posible respuesta a una pregunta que ya nadie se hace. Las hojas amarillean y caen suaves en el asfalto rudo. La brisa trae el frío de la infancia y la luz se modula para darnos atardeceres pálidos. El rumor de la mar es un silbido lejano y apenas audible. Parece por un instante que todo está bien hecho.  De todas las cosas que escuchar, puede que la más bella sea el silencio.  

jueves, 22 de septiembre de 2022

El paraíso perdido. 22 de septiembre de 2022.

Cada cual tendrá los suyos, imágenes e impresiones pasadas cuyos ecos aún tiemblan en el alma hoy. El mío, tal y como lo recuerdo, fue mi habitación las noches de juventud, arropado por el amor familiar, atraído por las luces lejanas contra un lienzo azulado y cálido y sereno en mi cama leyendo hasta tarde, abriendo nuevos límites en mundos a los que la creatividad de otros me invitaba. Esos fueron los días más felices. Puede que nunca aprendiese a crearlos mejores, acaso la memoria practica extraños conjuros para confundirnos contra presentes siempre incomprendidos, quién lo sabe. Aún hay tiempo esta noche.

Llegaba a mi habitación, cogía un libro, casi todos de ediciones baratas y era no solo el placer de la lectura, sino la fascinación de asomarse a un umbral luminoso y desconocido. Las horas pasaban y con ellas el espíritu se adentraba en el silencio y en mares, abadías, trigales, galaxias o cuartos solitarios como el mío. El reino de la imaginación es fértil y próspero, quizá sea lo que nos salve.

Uno aprende y deja de aprender otras cosas, claro. Siempre he tenido la sensación de ser un tanto incapaz en los asuntos cotidianos; vivo mejor en realidades paralelas, claro que...quien no, en ellas uno es siempre el más listo, el mas fuerte, el más guapo, el invencible. Tampoco es que importe. Uno carga con sus capacidades y torpezas como mejor puede por esta vida y después encuentra y desencuentra las otras y sigue adelante, no hay otro lugar hacia donde tirar.

Me quedan de esos días la importancia de la comunidad y una solidaridad primaria entre sus miembros, lo que otros llamaron la Fraternidad. En mi caso, la intuición moral viene muy ligado al recuerdo de las bibliotecas públicas y la felicidad que me llegaron. También he llegado a aprender cuan importante es el casi. Vivimos en maximalismos que requieren de excepciones. La probidad moral trata de requerir posturas imposibles de virtud práctica, y práctica es la clave; nada vale quien nada arriesga, y esto es especialmente certero para las afirmaciones, declaraciones a la nada en los que uno viste sus mejores prendas para ser un personaje de ficción más. Sin jugarte algo por lo que haces, nada eres, nada vales. Ser capaz de asumir las excepciones a los principios que uno defiende me parece un síntoma de lucidez. Ser capaz de distinguir entre las diferencias de grado y las de principio es simplemente necesario: asumir una realidad común a los que discuten y discurren, que pueden partir de ese principio para evitar que el desacuerdo total solo pueda ser resuelto por la pura violencia. 

Ya no es la noche de antaño, misteriosa y plena de promesas. Sin embargo, aún brillan, siempre lo harán, estrellas sobre el horizonte. Las nubes velan la luz de la luna y solo algunos cuartos desperdigados relumbran en la noche. Un rumor frío se aventa en el río, que refleja neones de edificios cerrados. Uno no puede saber que será mañana, pero puede intentar recordar ayer para hacerlo más puro. El silencio serena y se lleva los afanes de hoy. Pronto la luz llegará de nuevo y con ella, una nueva esperanza.




lunes, 19 de septiembre de 2022

La fortaleza.19/09/2022.

 Esta entrada no es una crítica a Los anillos de poder, porque ahí no pasa nada. Qué va a decir uno. Solo trata de algo que ocurre, como en todas las series. Los protagonistas, sean simpáticos o malencarados, altos o bajos, rubios o morenos, guapos o feos, reparten hostias como panes (y pueden aguantar sin respirar bajo el agua 13 minutos, pero ese es otro tema). Sin ánimo de destripar la historia, en un momento, la elfa Galadriel da una somanta hostias a unos carceleros o soldados o lo que sean. Vale, malegro.

Y es que es la hostia: cualquier signo de vigor, coraje o resistencia de espíritu debe estar acompañado de una fortaleza física irresistible. Esto me parece un empobrecimiento. La fuerza física desenmascara el coraje moral y la valentía como inútil. Es a menudo la estupidez destructora que destruye lo que dice negar, pues la omnipotencia esta a un golpe, un accidente o un virus de distancia de la nada. La veo en todos lados, proclamada por ignorantes orgullosos de olvidar su fragilidad amenazando las otras, arrogantes que presumen de vivir en lugares oscuros con todos los gastos pagados sin mayores problemas que los que provocan ellos. Contribuyendo decisivamente al dominio de los brutos y los estúpidos. A las grandes hazañas, con muertos de Goya, a las picadoras de carne que son las guerras, a la hostilidad y el temblor de la vida en tantos lugares del mundo, esclavos de la estolidez de los semejantes.

Galadriel era en la versión canónica sabia, poderosa en su templanza, decidida, valiente, temible. No es necesario adornar todos los dones de los héroes modernos en su capacidad de pegar palizas a un grupo, creo, es simplista y burdo; reduce los dones que un espíritu puede lograr con tiempo y adversidades a lo que su carne es capaz de resistir e infligir, dones estimables, sin duda, pero apenas nada sin esos dones logrados anteriormente.

Es cierto, la violencia, la crueldad pueden irrumpir en tu vida y su golpeo parece una mancha adicional de humillación a su quebranto. Tal es el ansia de dominio de esta época, donde el Yo desea sojuzgarlo todo. 

El entusiasmo por la brutalidad es la menos audaz de las pasiones, la más encadenada al pánico para conjurarlo a nuestro favor en una plegaria absurda a favor de los crueles para que su crueldad sea con otros. La resistencia, el No a esa crueldad, a la necedad de vincular la valentía con la capacidad de pelear contra ocho y reventarlos es una lección que los medios no mostrarán. Les gusta que los duros se impongan en series de fantasía que todos los que fantasean con su propia rudeza en un mundo que los escupiría en una fracción de segundo.

En fin. Los días son más cortos, el crepúsculo agita sombra, las luces despiertan aquí y allá. Deseo un mundo en el que la mediocre justificación de la eficacia, la victoria o la bestialidad no ganen tantos adeptos a través de ficciones sin sentido y realidades presentadas como ficciones, tan irreales y tontas son concebidas. Pero no pasará.

jueves, 15 de septiembre de 2022

La mueca. Quince de septiembre.

Puede que sea la edad. Desde hace tiempo me parece que hay mas brusquedad, ronquera y furia en la vida pública, una vida pública que permea e infiltra la privada, la vida real que se construye con sutiles lazos de simpatía, comprensión, compasión, hábito y alegría. Pareciera que hoy cada uno de ese mínimos afectos y cercanías deben sufrir el escrutinio teológico que provee la dirección de la Causa, que agosta la vida como el verano arduo de Castilla los rastrojos. 

La cordialidad desaparece entre los exámenes detallados del significado de cada conversación, gesto, tono de un silencio. La vida breve y delicada de lo que llamábamos normal perece entre sobreactuaciones de absolutismo moral y declaraciones huecas, afirmaciones que no sirven de nada porque a nada comprometen. Y tras bambalinas hay una maquinaria ingente que recauda el fruto de los que desprecia para seguir manteniendo y azuzando el resentimiento, dibujando líneas éticas para aislar al otro, banalizando el Mal absoluto para hacerse un selfie, en fin, agitando los rostros para que la jovialidad de una risa inocente se convierta en una mueca siniestra, de temor o de odio.

La ingenuidad era la condición de los nacidos libres, originariamente. No me parece que esté mal recordar esta curiosidad, porque la alegría de vivir es la inocencia, que convoca al asombro de cada día para hacerlos distintos y amueblar la tierra breve de nuestros encuentros con recuerdos que dejan aún un sabor de boca grato y aún llaman a la esperanza. Inocencia, asombro, alegría, coraje de vivir...y no morir. Debemos recuperar la jovialidad entre los que no deseamos odiarnos por nimiedades ni separarnos por conceptos vacuos, tanto más exitosos cuanto más pobres, agitados por pobres de espíritu aspirantes a rectores de la vida que les es ajena.

Las nubes negras se ciernen en el ocaso de un horizonte de plantas de pisos, construcciones, un río silente y una grúa lejana que parpadea un guiño rojo contra la bruma. La ansiedad y el temor a mañana también hacen mella en el paisaje. Algún día la jovialidad, como una Diosa irresistible volverá a ocupar los huecos que hoy vacía el encono y una estrella brillará lejana y hermosa para resguardar su obra, porque aunque hoy haya solo sombra, hemos visto y hemos creído. Una luz solitaria ilumina un andamio, en él se ha posado una paloma. Acaso sea otro ser cansado, indeciso, hastiado que busca en su luz una respuesta clara y quizá, como nosotros, busca el anhelo que aún no tiene nombre en su interior y que le empujará pronto, muy pronto, contra la tempestad para alcanzar el día venturoso y soleado.


domingo, 11 de septiembre de 2022

Una pequeña ermita. 11 de septiembre.

 Hace unos días descubrí en mi ciudad una pequeña iglesia por dentro. Desde hace unos años no se dedica al culto y pervive como bien cultural de un pasado cada vez más remoto: hemos decidido basar nuestra historia personal en un olvido genérico, como nuestros ancestros lo hicieron en el recuerdo popular que funde hechos, leyenda y deseos. 

Está dedicado a Tomás Becket (Tomás de Canterbury o Tomás Canturiense, como el nombre de esta ermita, también). Curiosa vida la suya, como la de casi cualquiera que se adentra en los meandros de poder: fue alzado al arzobispado de Inglaterra por el Rey que luego pugnó con él por el poder sobre almas y cuerpos de los que no tienen nombre más allá de su muerte. La cruz contra la espada. Unos comentarios ambiguos de este rey, Enrique II (por cierto, casado con Leonor de Aquitania) desembocaron en la trama en la que se urdió su muerte, a menos de cuatro nobles que ansiaban ameritar más altos honores. No se sabe con certeza si fue conjura o exceso, ¿acaso importa? Lo que resultó relevante fue que el pueblo inglés adoptó un mártir y la cristiandad aclamó a una figura que consideraba heroica y desdichada.

Así corre la Historia, a empujones de verdad y mito, supongo. Lo que me resulta asombroso fue que en lo que sería un cerro entonces en un campo de jaras y encinas, con una vista breve de un recodo del Tormes, dos hermanos decidiesen honrar su memoria allende su tierra solo cinco años después de su asesinato. Una pequeña ermita en un lugar alejado que aún ha llegado a nosotros. No fueron los únicos, a lo largo de Europa muchas otras capillas se erigieron en su nombre. Conjeturo que su historia, como la del Cristo, más allá de circunstancia y creencias particulares apela a un temor profundo y acuciante para cada humano, el de ser víctimas inocentes de un poder desalmado. Y a pesar de esas razones que compartimos, uno no se imagina el sacrificio por otros, por su memoria en el hoy. La moral narcisista que hemos adoptado parece más confortable dejando gestos e impulsos breves que lo duradero. Supongo que es algo que retomaremos, cuando esta pendiente de nihilismo vital llegue a su fin. Acaso encontremos un equilibrio, siempre precario, entre la convicción y la tolerancia. No lo sé. El silencio de la nave modesta y un ábside sin decoración más allá de cuatro cabezas en la base de las pilastras que parecen nombrar las cuatro naciones que el mundo conocía entonces (Europa, África, Lejano Oriente, Arabia) y una figura del Santo no dan ninguna respuesta. Pero la calma que exhala, el aire suave que transporta un silencio auténtico, aquel en el que el alma puede respirar, ofrece un buen lenitivo para mí. me hace pensar en homenaje, humildad y reconocimiento, amor y dolor, pena y belleza.

¿Por qué aquellas gentes decidían tratar de legar a los otros los mejores frutos de su esfuerzo y su compasión? ¿Por qué no seguir, en la medida de la modestia de nuestras fuerzas ese ejemplo? No se trata tanto de la fé como de un reconocimiento instintivo de que nuestras vidas están orientadas a algo más allá de ellas, algo que las alumbra y conforta con una luz especial. 

Llueve y un cielo plomizo descansa sobre la cúpula del cielo mientras las gaviotas graznan aquí y allá y el humo del puerto se funde todo ello. Llegará el sol, pero también hay que pasar días de incertidumbre y esfuerzo antes de llegar a un remanso, al territorio que es nuestro, donde brilla la luz y sonríe el agua, aquel lugar que no nos será negado, pues allí nos esperan.




martes, 6 de septiembre de 2022

Los balnearios en invierno. Seis de septiembre.

Hemos imaginado la imagen muchas veces. Encima de baldosas donde agonizan hojas grisáceas que el viento agita, quedan mesas y sillas de hierro. El óxido, paciente, ha seguido mordiendo sus piernas. Gimen con un silbido agudo cuando el vendaval azota el patio. Las nubes grises coronan su salón del reino de los sueños rotos, enfrente de paredes descascarilladas con ventanas sucias. El tiempo transcurre lento, latiendo gélido en las fuentes de mármol que el hollín mancilla, los faroles huérfanos, los huecos que acogieron parasoles, los carteles desvencijados contra muretes que circundan el patio desolados. Castaños tristes balancean sus ramas frescas. Todo es silencio.

La idolatría es el paso previo de la herejía: hubo verano aquí también un día y se vivió con entusiasmo frenético. La música fluía, las miradas furtivas aleteaban, los pasos golpeaban pasillos iluminados y jóvenes, la vida trataba de subsistir en su mortecino pasea de humores, vapores y tratamientos, en una versión ralentizada de sí misma, con la carne y el alma fundiéndose en un verano placido, cansado y con el ansia tras los ojos enfebrecidos. Las fuentes de la vida prodigaban esperanza y la brisa acariciaba rostros que desearon creer. Pasaron los años. Guerras, desapariciones, despedidas, erosión. La enfermedad y la muerte, puertas geniales al salón penumbroso que llamamos vivir, se enterraron bajo las alfombras vivaces, que después también un carruaje llevó a los palacios cercanos en las montañas del Este. Languidecieron quienes vieron languidecer a otros. Las palabras se enterraron bajo la nieve de febrero. Los hechos se desvanecieron, la decadencia arrastró su manto de elixir atrayente y venenoso. 

Hemos perdido los nombres de los objetos, los animales que viven con nosotros, las plantas que nos dan luz y color. Como de lo que sucede cada día, estamos más informados de lo exótico, cualquier polémica global que lo que transcurre lo que ha sucedido en el portal de al lado. La ciudad se encoge mientras los días se agostan en una luz íntima. Yo, llegado de la luz, me siento en una silla derrotada, navegando desde el centro del patio en una espiral invisible hacia su mismo centro, en el que aguarda el olvido. La mesa frente a mí ha conocido fantasmas que yo no podré ver. El tiempo vira hacia el invierno y lleva el patio del viejo balneario, como un barco fantasma desventrando la bruma espesa. El viento cala los huesos, una lluvia fina tamborilea los charcos y las mesas. Las nubes se cierran contra la oscuridad. Es hora de irse y los fantasmas se quedarán otra noche, bailando sigilosas hasta que nos unamos a ellos y el frío nos envuelva con dulzura. Todo es silencio.