Cada cual tendrá los suyos, imágenes e impresiones pasadas cuyos ecos aún tiemblan en el alma hoy. El mío, tal y como lo recuerdo, fue mi habitación las noches de juventud, arropado por el amor familiar, atraído por las luces lejanas contra un lienzo azulado y cálido y sereno en mi cama leyendo hasta tarde, abriendo nuevos límites en mundos a los que la creatividad de otros me invitaba. Esos fueron los días más felices. Puede que nunca aprendiese a crearlos mejores, acaso la memoria practica extraños conjuros para confundirnos contra presentes siempre incomprendidos, quién lo sabe. Aún hay tiempo esta noche.
Llegaba a mi habitación, cogía un libro, casi todos de ediciones baratas y era no solo el placer de la lectura, sino la fascinación de asomarse a un umbral luminoso y desconocido. Las horas pasaban y con ellas el espíritu se adentraba en el silencio y en mares, abadías, trigales, galaxias o cuartos solitarios como el mío. El reino de la imaginación es fértil y próspero, quizá sea lo que nos salve.
Uno aprende y deja de aprender otras cosas, claro. Siempre he tenido la sensación de ser un tanto incapaz en los asuntos cotidianos; vivo mejor en realidades paralelas, claro que...quien no, en ellas uno es siempre el más listo, el mas fuerte, el más guapo, el invencible. Tampoco es que importe. Uno carga con sus capacidades y torpezas como mejor puede por esta vida y después encuentra y desencuentra las otras y sigue adelante, no hay otro lugar hacia donde tirar.
Me quedan de esos días la importancia de la comunidad y una solidaridad primaria entre sus miembros, lo que otros llamaron la Fraternidad. En mi caso, la intuición moral viene muy ligado al recuerdo de las bibliotecas públicas y la felicidad que me llegaron. También he llegado a aprender cuan importante es el casi. Vivimos en maximalismos que requieren de excepciones. La probidad moral trata de requerir posturas imposibles de virtud práctica, y práctica es la clave; nada vale quien nada arriesga, y esto es especialmente certero para las afirmaciones, declaraciones a la nada en los que uno viste sus mejores prendas para ser un personaje de ficción más. Sin jugarte algo por lo que haces, nada eres, nada vales. Ser capaz de asumir las excepciones a los principios que uno defiende me parece un síntoma de lucidez. Ser capaz de distinguir entre las diferencias de grado y las de principio es simplemente necesario: asumir una realidad común a los que discuten y discurren, que pueden partir de ese principio para evitar que el desacuerdo total solo pueda ser resuelto por la pura violencia.
Ya no es la noche de antaño, misteriosa y plena de promesas. Sin embargo, aún brillan, siempre lo harán, estrellas sobre el horizonte. Las nubes velan la luz de la luna y solo algunos cuartos desperdigados relumbran en la noche. Un rumor frío se aventa en el río, que refleja neones de edificios cerrados. Uno no puede saber que será mañana, pero puede intentar recordar ayer para hacerlo más puro. El silencio serena y se lleva los afanes de hoy. Pronto la luz llegará de nuevo y con ella, una nueva esperanza.
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