Puede que sea la edad. Desde hace tiempo me parece que hay mas brusquedad, ronquera y furia en la vida pública, una vida pública que permea e infiltra la privada, la vida real que se construye con sutiles lazos de simpatía, comprensión, compasión, hábito y alegría. Pareciera que hoy cada uno de ese mínimos afectos y cercanías deben sufrir el escrutinio teológico que provee la dirección de la Causa, que agosta la vida como el verano arduo de Castilla los rastrojos.
La cordialidad desaparece entre los exámenes detallados del significado de cada conversación, gesto, tono de un silencio. La vida breve y delicada de lo que llamábamos normal perece entre sobreactuaciones de absolutismo moral y declaraciones huecas, afirmaciones que no sirven de nada porque a nada comprometen. Y tras bambalinas hay una maquinaria ingente que recauda el fruto de los que desprecia para seguir manteniendo y azuzando el resentimiento, dibujando líneas éticas para aislar al otro, banalizando el Mal absoluto para hacerse un selfie, en fin, agitando los rostros para que la jovialidad de una risa inocente se convierta en una mueca siniestra, de temor o de odio.
La ingenuidad era la condición de los nacidos libres, originariamente. No me parece que esté mal recordar esta curiosidad, porque la alegría de vivir es la inocencia, que convoca al asombro de cada día para hacerlos distintos y amueblar la tierra breve de nuestros encuentros con recuerdos que dejan aún un sabor de boca grato y aún llaman a la esperanza. Inocencia, asombro, alegría, coraje de vivir...y no morir. Debemos recuperar la jovialidad entre los que no deseamos odiarnos por nimiedades ni separarnos por conceptos vacuos, tanto más exitosos cuanto más pobres, agitados por pobres de espíritu aspirantes a rectores de la vida que les es ajena.
Las nubes negras se ciernen en el ocaso de un horizonte de plantas de pisos, construcciones, un río silente y una grúa lejana que parpadea un guiño rojo contra la bruma. La ansiedad y el temor a mañana también hacen mella en el paisaje. Algún día la jovialidad, como una Diosa irresistible volverá a ocupar los huecos que hoy vacía el encono y una estrella brillará lejana y hermosa para resguardar su obra, porque aunque hoy haya solo sombra, hemos visto y hemos creído. Una luz solitaria ilumina un andamio, en él se ha posado una paloma. Acaso sea otro ser cansado, indeciso, hastiado que busca en su luz una respuesta clara y quizá, como nosotros, busca el anhelo que aún no tiene nombre en su interior y que le empujará pronto, muy pronto, contra la tempestad para alcanzar el día venturoso y soleado.
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