Siempre el invierno se muere lentamente
Pasando lentas las páginas de su drama antiguo.
En sus recodos blancos aletean los mirlos
Y el arroyo agitado lame la blanca nieve.
Un gran sol tras las nubes da un aroma de hoguera
Y las casas humean el embrujo del pan,
En el bosque alertan los rugidos de fieras
Donde van los recuerdos de lo que no volverá.
Las ventanas se empañan contra las caracolas
De la inquieta brisa envuelta en perlas blancas
El azadón, la criba, el carro, las carlancas
Duermen en el corral su breve sueño a solas.
Nadie recorrerá silente la pedregosa calle
Ni verá la espadaña contra el cielo nocturno
La despensa olerá a avena y aire húmedo
Se rezarán rosarios por aquellos que falten.
Ya el eco de las tardes pesadas
Declinó lentamente contra la tapia gris
Y el silbido del viento contra la campana
Me lleva a aquella tierra en la que yo nací.
Allí los viejos se reunirán, a sus cartas
Y su memoria sabia a veces los traicionará.
Con sus ojos cansados del goteo de albas
Ya no esperan aquello que no sirve esperar.
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