La noche ha caído ya sobre la ciudad inerme, azotada por el viento. Del hormigón y el acero, formas grandilocuentes de ingenuidad humana, surgen figuras que se apresuran bajo las nubes. La llovizna los acompaña, ateridos, iluminados por neones cansados, escoltados por la luz de los charcos, presurosos, altivos. El río se desliza incesante al mismo final, que es oscuridad y al tiempo corazón vivo y promesa. El viento sopla donde quiere, en su jugueteo agita las latas derribadas vacías y trozos ciertos de papel y plástico. Las aves blancas forman puntos lejanos en la altura que consuelan de la falta de estrellas. Un planeta errante, un baile desesperado en el vacío como el de los ahorcados, luz que declina: las tardes mueren lentamente cuando no se puede ser feliz y el mundo es una fruta de la que solo queda amargura.
Por todas partes, la gente espera a un mesías, y el aire está cargado de las promesas de profetas grandes o menores... todos compartimos la misma suerte: llevamos dentro más amor, y sobre todo más anhelo, de lo que la sociedad actual puede colmar. Todos hemos madurado para algo, y no hay nadie que recoja el fruto... escribió Karl Mannheim hace ahora un siglo. Entre silbidos que pasan bajo el umbral y hacen temblar las ventanas, el eco de su palabra parece reverberar con la misma angustia. ¿cuánto tiempo me queda? Y el anhelo de que la noche se extienda más allá del ocaso y el alba en una magia redentora que aplaque el cansancio, que extienda su manto dulce sobre el reino del tiempo para despertar cuando sea propicio es demasiado dulce y por eso es demasiado siniestro. Una noche de mil años, eso deseo ahora. Y que el amanecer inocente me sorprenda de nuevo. Hoy es pesado y turbio, como la fé cuando se tambalea.
Mañana será otro pelear. Has llegado a la ciudad con las manos sucias de dormir al raso y emplearte en trabajos breves para llevarte algo a la boca. Has conocido la frustración y el miedo. La agitación te dará la bienvenida de nuevo, allá donde se esconde la vida, tras la esquina misteriosa en la calle soleada, allá donde espera el milagro.
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