Hay demasiada gente que ha vivido de frivolizar el sufrimiento que se cuida bien de padecer. España es difícil de vivir, pero su frivolidad es muy conveniente para los canallas que se hacen portavoces de una masa que no merece mucho más; no se trata de que proliferen los que desean influir, sino que preocupa que haya tantos más que deseen ser influidos.
Nada se salva. La paz, la hora presente, la convivencia, la historia, todo es un magma fluido en el que todo sirve para medrar, todo salvo la convicción robusta, todo salvo la búsqueda de un sentido que haga de los líderes lo que son, charlatanes sin honor. El corrosivo suspiro de un sarcasmo incesante se riega de dinero (público, a menudo) para asegurar que quien puede ser alabado lo sea y quien deba ser odiado lo sea. Sobre todo, para dar escarmiento y mostrar la actitud deseada en la parroquia asustadiza. En esta atmósfera moral, los verdaderos monstruos se agitan a conveniencia hasta que terminan siendo fantoches para que cualquier fantoche pueda ser revestido de monstruo luego. Lo hemos visto con Franco y el fútbol español. Y bueno. Hoy, como ayer, sabemos que estamos rodeados de mediocridades con delirios de grandeza que derramarían sangre (ajena) ante la perspectiva arrebolada de imaginarse en las estatuas futuras.
Para que relamerse con grandilocuencia: es un insulto a las víctimas de la dictadura discutir acerca de las preferencias deportivas de un régimen autoritario. Lo dice muy bien Umberto Eco, las dictaduras crean consenso. Pretender que una autocracia que murió de vieja en la cama no iba a controlar manifestaciones sociales y espectáculos de masas solo puede ser concebido por quienes han tragado quintales de propaganda de resistencias heroicas contadas por quienes nunca las llevaron a cabo pero sacaron réditos de su exhibición postrera. Las inmensa mayoría de las víctimas decayeron, perdieron y se pudrieron a manos de una crueldad infinita. Recuérdalo tú y recuérdalo a otros, escribió Cernuda. Pero siempre se recuerda lo equivocado.
En fin, quizá es todo el mundo alrededor. Recuerdo haberme impresionado con la cantidad de selfies joviales en la visita en Auschwitz. Todo se construye alrededor del olvido. La noche cae y mientras el silencio corona lo que merecía ser recordado, la mentira grita para recaudar los intereses de su exhibición sentimental. La melancolía de no haber sido héroes y desear ser admirados. Deseo de flores y reconocimiento sobre la tierra que cubre a los muertos. La noche cae sobre un rumor suave y la brisa acaricia el lomo de un mundo que esconde cicatrices y dudas.
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