Me ha gustado mucho Ted Lasso. Acabé el otro día su última temporada. Es un gozo pasar tiempo en un lugar al que tu imaginación accede porque le resulta un lugar estupendo para quedarse.
Me parece una serie brillante que oculta esa brillantez con modestia y jovialidad, con referencias constantes a la cultura popular: Robert Frost, John Wooden, la Superliga. Simplifica con buen gusto y perspicacia. Nada es persistentemente real, sino una invitación a un poder ser que resalta las posibilidades que se esconden tras lo que vemos. Y bueno, me gusta mucho esa estilización del deporte y la vida para mostrar lo que late. No se trata de ser precisos, sino de contar la verdad. No importa tanto Richmond, el barrio, el equipo de la Premier, son escenarios mínimos; se trata de construir un escenario de cuento de hadas para resaltar lo que permanece tras las permutaciones de lugares y tiempos. Se trata de buscar lo que nos es común y no sabemos describir. Y en ese trazo vivaz y alegre lo que no se puede decir porque pertenece al corazón se sabe mostrar.
Lo que se muestra, en mi opinión, es una hermosa y potente metáfora sobre la ingenuidad y aquella circunstancia tan porosa que llamamos, por llamarla de alguna manera, fracaso. Un grupo de seres baqueteados, hartos de estar hartos y a punto de dejar de luchar encuentran la mejor manera de no rendirse: luchar por quienes están a su lado. en sus diálogos, sutiles y vibrantes cómo arcos a punto de lanzar la flecha, se encuentran a sí mismos en el otro. No son simplones: su ingenuidad es elegida, una forma más alta de vivir aunque, como todas, reclame su precio. No son perdedores: su candor nace de su re-conocimiento, hombres, mujeres buenas que dan su trato merecido al impostor, el fracaso, y comprenden que tampoco importa. Cuando llega el éxito es igual, vestido con ropajes nuevos. Han dejado atrás, aunque siempre hay que seguir aprendiendo, las viejas categorías.
Y lo que más me gusta: parece una ficción que se atreve a decir lo que la época grita de forma agria bajo la tierra: necesitamos esperanza desesperadamente. Necesitamos perdón. Necesitamos paz. Necesitamos descansar en lugares sin cicatrices y sin veneno. Por eso me ha gustado Ted Lasso. En una ciudad que no existe, un deporte que no es como se ofrece, hay un hilo de oro a través de su narración, y es el que ilumina el camino para volver a casa.
La tarde camina plácida a su fin. La luz del verano enciende levemente las hojas de los árboles en los parques y la lluvia leve cae sobre el río suavemente, hacia la mar cercana, donde todo comienza de nuevo.
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