Nací en una ciudad mediana que empequeñece y envejece más rápido de lo que debiera cada año. La historia la ha tratado bien pero ahora se ve en apuros para moverse hacia el futuro. Parece replegarse en sí y ver su tela de afectos y conocimientos locales languidecer. Se vacía por las corrientes que la tecnología impone hacia la aldea global y las deficiencias de su mensaje, el del país, el de la época, para transmitir un atractivo basado en la innovación, el riesgo, el optimismo contra el futuro negro que la cultura popular desea imponer. Ah McLuhan, maldigo tu perspicacia en el augurio. En fin, a lo que voy. Mi familia llegó a la ciudad desde aldeas pobres y ha ido haciéndose de muchos sitios, sin conflictos. Yo creo que siento igual; detesto con toda el alma el instinto gregario y aborrezco el concepto de identidad colectiva a extender como mancha de crudo en el océano. No tengo problema en que haya quien esté más apegado a su tierra y a afectos más hondos en torno al lugar.
Vengo observando desde siempre que hay quienes desean ser los portadores de la llama de los espíritus de la ciudad, portavoces de un orgullo local que se pretende amenazado. Suelen creerse la vanguardia de un lugar al que atribuyen diez mil defectos para elevarse ellos, que no los tienen. Pretenden que lo que pasa en su sitio pase por ellos y demostrar al que viene de qué pasta estamos hechos los de aquí. Actúan como guardianes de tradiciones difusas, del alma del lugar, única y en peligro. En fin, en todos los pueblos hay gente que cree que hay cosas que solo pasan en su pueblo. Es más, gente que cree que es única respecto a su pueblo, respecto del mundo.
Yo no sé si es mejor un arraigo que pueda ser asfixiante o un desarraigo que pueda ser alienante. Sé la vida que he elegido a medias y que la vida ha ido eligiendo para mí en su otra mitad. No hay sitio al que ir como a casa, pienso. No obstante, oyendo a los representantes del orgullo local atribuirse la voz de todos, me siento incómodo, enervado, confuso. Uno debiera ser de muchos sitios y hallar su mejor patria donde mayor es su remedio. Lo demás serán declaraciones roncas y verduras de las eras.
En la otra tierra la luz del atardecer aún reina, declinando lenta. El viento agita vigoroso las copas de los árboles y los parques y los museos despiden a la gente del domingo. El cielo pinta azules y blancos diáfanos y el tiempo recorre su camino hacia la oscuridad de nuevo. Mañana será otro día: todos echamos de menos algo.
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