A veces, como traído por no sé que brisa, hay un sentimiento de extrañeza contra todo lo que ayer era parte de ti. Un velo en la mirada otorga espesura a lo que ayer parecía diáfano. La lejanía de todo, tal si dijera adiós, se abre paso entre brumas de la mente. He leído que para la concepción taoísta la inmortalidad consiste en el cambio eterno. Puede ser. No nos agrada que el tiempo se escurra como agua entre los dedos. Supongo que es una razón poderosa para anhelar un Dios personal, como nosotros, sublimado en la perfección y la paz. Yo no soy capaz de semejante anhelo. Creo que es en nosotros donde Dios, una suerte de principio creador, y la naturaleza se encuentran y en donde el ayer aparece distinto del mañana.
Me gusta la idea de Spinoza de un panteísmo como respuesta al enigma del tiempo. Y el hecho es que no deseo más, no deseo ser yo más allá de mí mismo, ni en muchas ocasiones ser yo aquí mismo. No querría un más allá donde la conciencia personal de un breve paso en un Universo extraño perdurase. No existí miles de años y nada me turba en ello, ¿por qué debiera desesperarme por ir a un mismo lugar?
La sorpresa también se apodera de estos días de puerta al verano: la acumulación incesante de experiencias que parece que debe ser la meta de la existencia no significa nada para mí. No soy lo que me ocurre. No temo todo lo que no me ha ocurrido, ¿por qué debo temer cuando ya no pueda ocurrirme nunca? Hoy que las redes y la ubicuidad del ruido nos revela una soledad radical y triste, me siento solo y en paz... No me molestará irme, creo. No siento pavor a no decir la última palabra. A Unamuno le enturbia la calma no ser más él. Quizá si fuera él, lo entendería. Últimamente, me siento más cercano a los pardales de la ciudad, que picotean entre terrazas y calles y vuelan de nuevo, y vuelven, en ellos o en otros. Me imagino al sol saliendo de nuevo un día en un planeta desolado, sin rastro de nosotros. Es una imagen bella y serena, que también desaparecerá de mí lentamente.
Y así hoy, que el día es cálido y el cielo está limpio de azul pálido, siento desapego sobre todo, o acaso es que todo me ha olvidado, y libertad, la percepción luminosa de que nada importa y menos que nada el recuerdo y la ilusión. A gran distancia de todo, desasido de la esperanza, libre de temor. No escribo para aconsejar nada, por supuesto. Sólo es que hoy contaré lo que siento pasar por dentro, de una forma serena y acaso algo amarga, porque estoy cansado. Asombrado de la luz y agradeciendo la sombra, lejos del cielo, una bóveda misteriosa que solo puede saber existir justo ahora, mientras el tiempo solo existe dentro de nosotros, el camino es el sentido de la meta y la brisa acaricia las espaldas de un mar que sigue meciéndose cada jornada porque ha aprendido a olvidarlo todo.
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