Por mucho que usted crea ser ajeno al vértigo del mundo, percibe todos los días el zumbido de ansiedad y el ansia de reconocimiento de todos a la vez. Cada día en los periódicos y la televisión aparecen cúmulos de sensaciones y opiniones rotundas que desean cuestionar el sedimento anterior. Hay innumerables delirios de grandeza para cada nimiedad. Hay obsesión por lo extraordinario. En el deporte, en la búsqueda de utopía, en el fragor del fin de los tiempos que los que tienen miedo al futuro no cesan de invocar. Parece que se necesita algo más potente, más impactante y fuerte para despertar un poco de nuestra atención dormida. Si no es algo increíble, no nos despertará.
Sinceramente, siento que el afán por alzarse de lo común usando como coartada cualquier tema es un gran error: no hemos aprendido a ser iguales y deseamos ser reconocidos como mejores. En esa justificación de millones de superioridades merecidas para cada Yo se esconde el veneno letal para la convivencia. Además, y esto es perverso, la desconfianza aumenta cuando el signo del tiempo es cuestionar verdades instintivas y relevantes para construir la vida y tratar sustituirlas por una moda cualquiera sin matices ni reflexión. El mayor signo de falta de crítica es la adoración inane al cambio mismo.
El objetivo es vender, claro. La insatisfacción perpetua necesita ser alimentada con estímulos vacuos. Se trata de que logres ser el as que hizo lo que no se ha hecho antes, un héroe que conjure un destino magnífico mientras surge la aurora. Por eso solo sirve la victoria, el éxito, el triunfo indesmayable. Por eso la victoria, el éxito y el triunfo han dejado de existir. Cuando el cliché se apropia del concepto, lo destruye. La barahúnda sirve para oscurecer y más tarde en la oscuridad, será más fácil creer que los muros de lo real ya no existen. Hasta que llegan la epidemia, la guerra.
La luz mortecina del atardecer se derrama sobre cristales, acero, pavimento y neones. El emperador Marco Aurelio escribió que quien ve un día desde el alba al ocaso, los ha visto todos. No creo que sea cierto y sin embargo...sin embargo, en esta pugna vital por abrir los ojos audaces solo ante lo nunca visto nos estamos perdiendo la sombra del cedro, el pan y la sal y el correr de un arroyo tímido, pequeño y fresco en bosques cercanos. El silencio baja su manto sobre la mar oscura y el contorno lejano de una colina se difumina mientras la luna luce plena, cercana y triste.
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