La vida allí debe ser mejor de imaginación en imaginación que confrontada a las exigencias prosaicas de cada día. Revisar la casa y las luces, pasear en torno a un entorno reducido, rotar y alejarse de nuevo mientras con los días pasan los años debe ser una vida lenta difícil de llenar con pensamientos, imaginaciones y recuerdos. Una descansada vida de retiro en un mundo que nunca ofrece la velocidad justa, pudiera ser.
Todo eso son pensamientos que ahora recojo como espigas de las eras. Lo que vi y me llevó allá fue la contemplación de Fastnet Rock, su faro y la tempestad azotando sus paredes. En un mundo donde todo parece tan supervisado, el riesgo aún promete una atracción oscura: ver las olas subiendo contra la figura imponente, luchando sola contra la tempestad y sintiendo el segundo contra la cruz del tiempo, olvidado el mundo, es de alguna manera un relajo. Me pregunto por qué me gustan tantos los faros. Puede ser que simplemente porque están muy lejos.
El día desemboca en la madrugada y solo una luz difusa entre los edificios turba la oscuridad. El mar comienza tras del puerto que comienza poco después de la habitación desde donde escribo. Hay un faro al final de un camino donde voy a veces. Deseo ir más lejos, quizá a la roca de Fastnet, pero desearía que aún más lejos y ese pensamiento surca el mar de la noche sobre mi pensamiento con el rumor de un verso de Cernuda de un poema prodigioso, el soliloquio del farero: 'cómo llenarte soledad / sino contigo misma'. Y el eco crece y el mar se agranda y el mundo es misterioso, ancho, solitario, ajeno...
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