Translate

domingo, 10 de marzo de 2024

Domingo tarde. Diez de marzo.

Si tienen razón los que creen que entre la realidad y la percepción se interpone un velo sutil, la lluvia podría ser su representación más lograda. Hoy cae un fina cortina y todo lo que hay bajo su reino temporal parece otro. Las poderosas grúas aparecen cansadas, las aves desterradas tras las nubes grises, donde acaso luzcan mil soles resplandecientes, el rumor de gentes y días se convierte en un silencio pesado, la luz mortecina, como de octubre, va declinando y los perfiles de los edificios se difuminan ligeramente, las luces parpadean lejanas y parecen venir de otros lugares en realidad, mostrando un reflejo algo pálido en este lugar que no deja ver su misteriosa fuente. El río apenas se mueve, como si la fuerza impulsora que conecta la vida y sus corrientes escondidas estuviera dudado. El mar es una única figura con la neblina lechosa de esta tarde húmeda.

La irrealidad del momento despierta un eco tenebroso en mí; me lleva al temor de que un día pierda el hilo que conecta las impresiones de todos y forma un tapiz común que almas difusas indiferentes entre sí reconocen como realidad. Es difícil asumir la existencia de otra persona como similar a la de uno, porque el torbellino de causas y reacciones que los días acumulan me ensimisman y me hacen creer que las características de otros, que son iguales, son máscaras toleradas que no saben descender más profundamente de lo que puede mi imaginación. En cualquier caso, pienso que la plenitud debe ser la capacidad, imposible en esta tierra, de encontrar la profundidad ajena tan compleja y sutil como la propia. Quizá un día más allá de la vida, en una hora auspiciosa de la eternidad, esa entrega será posible y nos desprendamos del yo para formar parte de una conciencia universal que se esconde tras la creación y tras cada momento, una tranquila fuente de luz dorada que a veces acaricia el espíritu pero que no sabemos encontrar por nosotros. Es un don, simplemente.

Desvarío un poco. Decía que temo perderme entre la tarde espaciosa y cubierta de bruma y allí desencadenar mi sentido de la realidad. No es infrecuente que sienta que mi razón se aparta del momento que vivo y lo que veo y siento me resulte enajenado de mí, lejano como un espejismo. Entonces, creo que puede ser una cierta lucidez y una cierta locura, como si fuese a morirme y la verdad de las cosas se muestre distinta, brillando contra un resplandor inusual y atrayente. Entonces, trato de pensar en otros lugares que he entrevisto, imaginado, visitado o meditado. Me resulta grato haber caminado en grutas donde hay dragones, en planetas errantes que no ven la luz de ninguna estrella, en mares de gravedad infinita y en caminos suaves entre el hechizo de las ramas mágicas. Luego, me percato de que es domingo, la tarde va acabando y dedico unas pocas líneas a cualquier íntimo deseo de despertar. 

Algunos pájaros han aparecido. Quizá sean heraldos de aquel lugar donde un sol perfecto ilumina y calienta todos los caminos, allá donde la brisa envuelve y los ríos cantan, todas las memorias son gratas y la hierba en la ribera es mullida y verde y todo es verdad. Aquí, las nubes se funden en distintos tonos del gris y el velo aparece frío, distante, desolado. Puede que un día la distancia entre lo real y lo percibido se anule. Puede que aún no sea tarde para regresar a casa.


    

No hay comentarios:

Publicar un comentario