La irrealidad del momento despierta un eco tenebroso en mí; me lleva al temor de que un día pierda el hilo que conecta las impresiones de todos y forma un tapiz común que almas difusas indiferentes entre sí reconocen como realidad. Es difícil asumir la existencia de otra persona como similar a la de uno, porque el torbellino de causas y reacciones que los días acumulan me ensimisman y me hacen creer que las características de otros, que son iguales, son máscaras toleradas que no saben descender más profundamente de lo que puede mi imaginación. En cualquier caso, pienso que la plenitud debe ser la capacidad, imposible en esta tierra, de encontrar la profundidad ajena tan compleja y sutil como la propia. Quizá un día más allá de la vida, en una hora auspiciosa de la eternidad, esa entrega será posible y nos desprendamos del yo para formar parte de una conciencia universal que se esconde tras la creación y tras cada momento, una tranquila fuente de luz dorada que a veces acaricia el espíritu pero que no sabemos encontrar por nosotros. Es un don, simplemente.
Desvarío un poco. Decía que temo perderme entre la tarde espaciosa y cubierta de bruma y allí desencadenar mi sentido de la realidad. No es infrecuente que sienta que mi razón se aparta del momento que vivo y lo que veo y siento me resulte enajenado de mí, lejano como un espejismo. Entonces, creo que puede ser una cierta lucidez y una cierta locura, como si fuese a morirme y la verdad de las cosas se muestre distinta, brillando contra un resplandor inusual y atrayente. Entonces, trato de pensar en otros lugares que he entrevisto, imaginado, visitado o meditado. Me resulta grato haber caminado en grutas donde hay dragones, en planetas errantes que no ven la luz de ninguna estrella, en mares de gravedad infinita y en caminos suaves entre el hechizo de las ramas mágicas. Luego, me percato de que es domingo, la tarde va acabando y dedico unas pocas líneas a cualquier íntimo deseo de despertar.
Algunos pájaros han aparecido. Quizá sean heraldos de aquel lugar donde un sol perfecto ilumina y calienta todos los caminos, allá donde la brisa envuelve y los ríos cantan, todas las memorias son gratas y la hierba en la ribera es mullida y verde y todo es verdad. Aquí, las nubes se funden en distintos tonos del gris y el velo aparece frío, distante, desolado. Puede que un día la distancia entre lo real y lo percibido se anule. Puede que aún no sea tarde para regresar a casa.
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