Cada pocos días se vuelve a descubrir con escándalo que en este Casino se juega. Es un espectáculo grotesco en el que se representa la indignación inane de las almas bellas. Un teatrillo barato que concita furia, exigencia y razones fingidas para desarrollar una catarsis fingida. Y hasta la próxima. La última, de momento, es la de la federación del furgol. Años de comisiones, informaciones, mangoneo, orgías, venalidad, estómagos agradecidos y permisividad en el uso y disfruto de dinero público y el nombre del país han desembocado en el enésimo escándalo insoportable que se arrinconará cuando llegue el siguiente.
Así es en todo el país, diría. Creo que en España todo está corrompido y hemos consentido en respirar ese ambiente viciado...desde que tengo memoria. De hecho, me parece que el asunto va más allá de la corrupción: el problema es que es, que somos, una sociedad indecente. Tomo el término usado en el sentido de que una sociedad decente es aquella que las instituciones no degradan al ciudadano ni ellos se humillan entre sí. Aquella que entrega el exceso de poder en impersonalidades y ritos para desvanecer su abuso en la medida en que la condición humana lo permite. Allá, no: basta ser conserje de una biblioteca voluntaria, delegado del club de lectores o tener una placa, una tarjeta, una llave o un papel y esperar a que las puertas del paraíso se abran en la medida de lo posible. Puede ser dinero, o no llegar. Puede ser el abuso de poder, o no llegar. Lo que es, y aquí está el asunto, la oportunidad perpetuamente aprovechada de afianzar un dominio ilegítimo saltando más allá del legítimo. Una atmósfera de humillación constante en cuanto uno percibe una nimia posición más elevada.
Se trata de aprovechar el momento de acaparar, porque, y esa es otra clave, si no lo haces tú, lo harán otros. ¿Cómo puede prosperar un país con esa cantidad de desconfianza en todo y todos? Y después, si llega, aguantar el chaparrón y resistir un poco. En esta etapa no se trata de la tentación y la ingenuidad tratando de llegar a acuerdos, sino del tono constante de disculpa del tramposo, el dopado, el ladrón y el corrupto encubriéndolo con declaraciones altisonantes. La disonancia entre lo que se declara y lo que ocurre es insoportable. Uno solo puede pensar que convive con un número alarmante de personas que han decidido rechazar la realidad y otro aún mayor que es incapaz de reconocerla, sumidos en delirios. Todos hemos visto a los corazones más turbios de nuestra generación consumidos por la codicia. Nos da igual o no podemos hacer nada. No importa tanto. La conclusión amarga tiende a ser la misma: Nunca vuelvas allí. No cedas a la multitud. Deplora a los que debilitan con su protección mientras declaman su protección a los débiles. Teme al Estado. Pierde la esperanza con aquel país soleado y terrible...
Las nubes ciernen oscuridad lluviosa y frío. Anhelo el sopor de la calidez y el abrazo de la primavera. Pero es mejor estar triste tras la ventana que ser un esclavo de pasiones tristes en aquella tierra que envenena los sueños.
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