En nuestra sumisión nos consumamos,
En nuestra servidumbre nos crecemos,
Con los labios del temor rezamos
Una oración al alma que eleve nuestros cuerpos.
Bien siervos de un azar que abre sus manos,
Ya nómadas errantes contra horizontes huecos
En duermevelas ardientes por bosques asombrados
Sombras de quienes fuimos se aventan en el tiempo.
Hay un eco que resuena, temblorosa su voz
En el vacío incansable que derrite la hora,
Como del aliento ardiente de la voz de algún Dios,
Que añade nuestro anhelo a la flor de su gloria.
Débil, lo que pudo ser refulge sobre el lago
Pero no soy audaz para alcanzar su fondo,
La perla de lo perdido yace allí en el pasado
Mas aún su brillo extraño conjura nuestro asombro.
Las ilusiones perdidas mutilan lo que alientan,
La paz de la rutina augura una hora fuerte,
Mas lo que agota el miedo no otorga fortaleza,
El castigo del ser que no desea ser si no es ser para siempre.
Vivir parece fácil ignorando la ley,
Vivir como si el año nos prestara el siguiente:
Por ignorar lo inevitable conquistar una fe
Y alzar torres en la arena que se irguieran por siempre
En el dulce abandono nos entregamos suaves
A la certeza cálida de nuestra pronta ausencia...
Y el asombro de ser, de aún sentir, en un silencio grave
Que abrazará estos despojos sin que nadie lo sepa.
En el día de santos, la noche es larga
Y aun no he encontrado el camino a mi hogar,
Pido al espíritu del tiempo que acoja mis palabras
Y doy todas mis palabras por encontrar mi paz
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