Lo que el trabajo le hace a uno; fuerza sus lealtades, arrincona sus valores, despoja de individualidad. Cuantas veces, en cuantas oficinas de cuantos lugares, habrá asaltado la conciencia de
no ser nadie, es decir, perfectamente sustituible, en los escritorios del mundo. Nos movemos en la conmovedora creencia de que podremos y sabremos escapar, que es provisional...mientras las horas caen, y el tiempo estropea los muebles.
De cualquier modo, siempre queda una sonrisa cómplice, una solidaridad que no necesita palabras y un compañerismo que resalta los perfiles que la labor ignora y permite acercar, como en uno de esos grabados antiguos, los detalles que te hacen ser quien eres, y que un día serán, junto con tu afecto, tu simpatía y tu amor, los recuerdos que dejes. Aquello que quedará de nosotros.
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